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Las formas y la razón
La manifestación de 'antitaurinos' previa al festejo del Corpus monopolizó el ambiente y las miradas
Actualizado: GuardarLos minutos previos a la corrida de toros estuvieron marcados por la tensión. Esos momentos de prólogo y encuentro, de copas y charlas con un debate anticipado sobre lo que puede deparar la corrida se convirtieron en un monográfico de tensión. Los dos únicos establecimientos de hostelería abiertos en 300 metros a la redonda vivían un ambiente tradicional de domingo, con más clientes de regreso de la playa y pendientes de las retransmisiones del Mundial de Fútbol. Los aparcamientos apenas registraban aglomeraciones y la llegada de espectadores se producía de forma escalonada. Algunas parejas maduras, algunos grupos de amigos e incluso algún sombrero de ala ancha eran las únicas pistas sobre una corrida de toros visibles en los alrededores media hora antes del encuentro. Las carencias de las instalaciones (con un solar polvoriento como entorno de la plaza, con caballos, banda, monosabios y alguacilillo deambulando por ninguna parte) impedían mayor carga ceremonial.
A falta del ambiente que rodea a cualquier plaza en los momentos anteriores a las grandes citas, toda la expectación se concentró en la manifestación que los antitaurinos convocaron para protestar contra la celebración de una corrida en Cádiz. Eran unas 200 personas pero atrajeron todas las miradas, todas las charlas previas al paseíllo. Los participantes eran una amalgama de seguidores radicales de fútbol, defensores de movimientos políticos minoritarios, adolescentes y miembros adultos de asociaciones ecologistas de larga y prestigiosa trayectoria. Lo que pudo ser una legítima demostración, verbal, de rechazo al ritual taurino y su preferencia por que Cádiz no acoja corridas degeneró en un caudal de insultos y en una demostración de violencia insólita entre personas que se declaran pacifistas, proteccionistas y solidarias. Dos tercios de los manifestantes mantuvieron una postura respetable, pero varias decenas sostuvieron una actitud rayana en el delito, insultando, increpando y acosando a casi todos los que se dirigían a la plaza. Especialmente activo fue el papel intimidatorio de una mujer, de unos 50 años, vestida completamente de negro, que se colocaba a la altura de los que llegaban y les acompañaba durante varias decenas de metros, al paso y por la calle, insultándoles a pocos centímetros de sus caras.
Media docena de policías a caballo, más una decena a pie, tuvo que consentir esta situación. Probablemente, las justificadas denuncias (pudieron ser centenares de haberse aplicado la Ley) habrían provocado un incidente.
La vehemencia de los manifestantes provocó situaciones tan ridículas como que se insultara a gritos, casi cabeza contra cabeza, a señoras de 60 años que se dirigían a sus casas, distantes sólo unos metros del coso portátil, que también se confundiera a periodistas con aficionados, que se increpara a gente en bañador que volvía de la playa y pasaba por allí o que se produjera un conato de reyerta entre la mayor insultadora y un vecino de la zona, postrado en silla de ruedas, que acudió a defender a su esposa cuando era insultada.
Igualmente triste resultó la actitud de unos pocos espectadores, que respondieron a los insultos con gestos obscenos e, incluso, los provocaron haciéndolos antes de que nadie les faltara. Algunos profesionales aguantaron con estoicismo la lluvia de improperios, especialmente el novillero Fran Gómez que pasó ante la manifestación solo, sonriendo y sin devolver ni una sola de las barbaridades que tuvo que escuchar.
La Policía, y la organización del festejo, modificaron el acceso al recinto. En los últimos 15 minutos, se habilitó una entrada por la Avenida de Las Cortes, para evitar males mayores. Con el inicio del festejo, la tensión se diluyó y se repartió por varias calles de los terrenos ociosos de Astilleros, en las que hubo botellones de muchos de los que antes se habían manifestado.
A partir de las 18.30, las tornas se invirtieron. Con el arranque del festejo, todas las miradas se pusieron sobre el ruedo. Incluso las de varios cientos de vecinos de los edificios colindantes, a pecho descubierto, con cerveza o café, se apostaron en sus balcones e incluso llegaron a pedir orejas entre pañuelos y carcajadas. La televisión retransmitía una corrida de toros y un partido de Brasil en el Mundial de Alemania. Sin embargo, daba más morbo ver la corrida de Corpus en Cádiz desde la ventana, gratis, 39 años después y con la que se había liado en el barrio.
Pañoladas festivas
Dentro, ajenos ya al entorno, 3.000 aficionados. Mucha gente llegada de la provincia, gafas de sol, abanicos, pañoladas, matrimonios muy arregladitos, entusiasmo desmedido para pedir orejas desde el primero, mucho espectador veterano y poco joven el ambiente habitual en cualquier corrida de toros, aunque estuvo lejos de ser una corrida de toros cualquiera.
Con sus métodos intolerables dejaron sin argumentos a los pacíficos ecologistas que les acompañaban o a los que, desde la calma y el respeto, preferirían que en Cádiz no hubiera toros.