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Pese a tener un apellido muy taurino y una belleza morena y racial, Blanca Romero nunca-y mucho menos ahora- ha encajado en el clásico cliché de mujer de torero. Precisamente, por su natural tendencia a ser ella la que se pone el mundo por montera. La Perra. Así se autodenomina Blanca cuando sale a un escenario con la cabeza rapada y las pinturas de guerra, dispuesta a cantar o más bien a desgarrar sus canciones. Mientras el que fuera su marido se emborracha de naturales buscando la pureza del toreo más antiguo, ella intenta hacer carrera en el neo-punk.

¿Qué los llegó a unir en su día? Es un misterio. Pero en estos casos hay poco que explicar porque, como dijo aquel, el amor es adialéctico. Lo que está claro es que aquella unión los transformó para siempre, ya que una vez separados, él, que iba para productor televisivo, se metió a torero. Y ella, que era una modelo convencional, ha acabado convertida en cantautora alternativa. Hay que tener mucho cuajo y ningún complejo para hacerse llamar por gusto y afición La Perra.

Y, sin embargo, ahí está la Romero, defendiendo lo suyo con un par... de canciones. Tal vez lo que más le enamoró a Cayetano de esta asturiana es lo mucho que se parece a su difunta madre. Blanca es igual de destroyer que Carmina. Siempre podrá alegar en su favor que ella es una perra elegante y buena, como en La Dama y el Vagabundo. O algo aún más evidente: que para perra la vida.