Toros en Cádiz, 39 años después
Actualizado: GuardarCuando los tres espadas actuantes hicieron su aparición en el ruedo, el efímero coso instalado para tan señalada ocasión se convirtió en un espontáneo estruendo por la cerrada ovación de un público expectante e ilusionado que acudió pleno de entusiasmo y dispuesto a disfrutar del grandioso espectáculo de una corrida de toros. Fueron momentos verdaderamente vibrantes y emotivos, pues por fin se hacía realidad acontecimiento tan esperado, que durante décadas le fue negado a la ciudad. Ovación curiosamente compartida por gran cantidad de espectadores que se agolpaban en balcones y azoteas adyacentes, desde donde siguieron con atención el festejo y desde donde agitaron incluso los pañuelos para solicitar trofeos a los espadas. Pues ya se sabe que es costumbre muy arraigada en Cádiz el acudir presuroso a cualquier evento siempre que se presente gratuito. Y tras 39 años de obligada espera, vivió por fin la capital la intensidad emotiva de la lidia de cuatreños, singularidad para la cual el ganadero Gavira mandó seis ejemplares de bonita estampa y de bonancible comportamiento, que contribuyeron al éxito del espectáculo. Esto, sumado al buen hacer de los toreros y a una presidencia que, en día tan señalado, se sumó a la fiesta mostrando una jovial faceta de pañuelo fácil, hacen explicable la gran cantidad de trofeos repartidos.
Y salió Corneto , negro bragado y herrado con el número 120 , y su irrupción en la arena provocó una explosión de júbilo y asombro del respetable, poco acosumbrado a contemplar animal tan pujante y poderoso. La extrema nobleza que derrochó la res fue aprovechada por El Cordobés para plasmar series en redondo con extraordinario relajo y temple. Circulares y naturales precedieron a un encimismo postrero, y tras una buena estocada le valieron las dos primeras orejas de la tarde. La gente se puso en pie en señal de agradecimiento cuando el diestro tomó y besó la arena portátil del ruedo en gesto emotivo y cariñoso. Pero la auténtica eclosión vino en el cuarto, toro que a la postre fue premiado con la vuelta al ruedo por su extraordinario comportamiento. Apenas picado, derrochó en la muleta una embestida nobilísima, con viaje inacabable y motor incansable. Fue un astado con el que debe soñar cualquier torero, de pastueña bravura y extremada fijeza. Con tan óptimo material, Manuel Díaz encandiló a la concurrencia con sucesivas series de derechazos, naturales, circulares, desplantes y hasta el celebrado salto de la rana.
El primero de Conde presentó una acometida boyante pero algo rebrincada por su falta de fuerzas. El malagueño obtuvo tandas en redondo, plenas de gusto y torería. Pero ante el júbilo y asombro del respetable, vivió un proceso de éxtasis tras el que escenificó una danza sorpresiva y frenética, enlazada con un molinete y un pase de pecho. Y el público no paró de festejar el toreo personalísimo y de singular inspiración de Conde. Lástima que se topara después con un toro reservón, de embestida noble aunque tarda, que le costaba repetir las arrancadas. Fueron muchas las obligadas pausas entre pase y pase y escasa la emoción cuando éstos se producían. Por todo ello, en esta ocasión no llegó a prender la chispa del ansiado lucimiento. Y bien que lo intentó el de Málaga, pues no en vano había brindado la muerte del toro al maestro Rafael de Paula, que presenció la corrida junto a sus compañeros de cartel en la última corrida del Corpus en Cádiz, en 1967. Como en esta ocasión manejó la fiel tizona con sumo acierto, la generosidad de los tendidos y la condescendencia presidencial posibilitaron que el malagueño obtuviera dos apéndices y así acompañar a sus compañeros en la salida a hombros de la plaza.
Brindis a su madre
Se presentó Canales Rivera ante sus paisanos con un enjundioso saludo capotero de ceñidos delantales, rematados con media verónica de rodillas. Tras recibir el toro una vara leve en la que corneó el peto con feo estilo, se lució el gaditano con un quite por tafalleras. Verificado con acierto el segundo tercio, realizó José Antonio un emotivo brindis a su señora madre, Teresa Rivera. Fue éste un toro noble y repetidor y, como todos sus hermanos, carente de transmisión. Pero a lo largo del trasteo su embestida se fue quedando cada vez más corta. Elaboró Canales con él una bonita faena basada en la corta distancia, en la que dio muestras de una técnica depurada, llegando a cuajar series por ambas manos cargadas de sabor y torería. Puso feliz rúbrica a su actuación con este tercero de la tarde mediante una perfecta ejecución del volapié, aunque de colocación un tanto atravesada. Mas como el animal no tardó en caer, le fueron concedidas las dos orejas de su oponente.
En el sexto de la tarde volvió a encender el ánimo de los espectadores con un impetuoso y luminoso toreo de capa al ejecutar decidido una larga afarolada, rodillas en tierra, elegantes verónicas, cargando la suerte, y una airosa revolera como remate. Se vivió un momento inusitado durante el tercio de banderillas al prenderse rehiletes amarillos y azules y corear al unísono toda la plaza el consabido grito de ¡ese Cádiz oé¡ No obstante, lo que se presumía un epílogo feliz y triunfal para tan grandiosa jornada, se tornó en progresiva decepción al contemplarse como el cornúpeta perdía poco a poco las escasas fuerzas que poseía tras pegar una funesta voltereta al salir de su encuentro con la cabalgadura. No dio, por tanto, opción alguna de lucimiento a José Antonio por sus continuas caídas y su imposibilidad de seguir el engaño. Aún así, su voluntarioso valor le valió para obtener la última oreja de una tarde que terminaba, feliz e histórica, con los tres matadores a hombros.