LA RAYUELA

Cayucos de la vida

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En Larache, muy cerca de la antigua Plaza de España (una hermosa plaza circular blanca, rodeada de arcadas) hay un enorme mural dibujado en la pared, con escenas de la travesía de las pateras por el Estrecho de Gibraltar. Es la sede de una asociación humanitaria que se llama «Pateras de la vida». Me impresionó la primera vez y sigue haciéndome pensar que lo que para nosotros, los europeos, está asociado a la tragedia y la muerte, para ellos, que la padecen, esté vinculado a la vida.

La normalización de las relaciones con Marruecos y la extensión del SIVE han tenido como consecuencia el desplazamiento de las pateras hacia el sur del país, después a Mauritania y recientemente a Senegal. Por estas latitudes les llaman cayucos, así que hemos asimilado este nuevo vocablo contemplando la tragedia desde el televisor, en cuyos telediarios se vuelve a levantar la bandera de las avalanchas, mientras los políticos que gobernaban en 2002 (cuando se detuvo a 19.170 inmigrantes llegados en patera) braman indignados y tratan de asustar otra vez a los votantes con el reclamo del falso binomio inmigración-delincuencia.

¿Puede haber a estas alturas alguien tan ciego o cínico que no entienda que la causa determinante de corrientes migratorias es, como ha sido siempre, la proximidad entre países con distintos niveles de renta? La globalización actual acerca virtualmente a regiones entre las que nunca antes hubo tan abismales diferencias y los que las sufren, pueden contemplarlas a través de los medios de comunicación. Recordar nuestro pasado colonial podría servir para mirar la tragedia como algo inducido, consecuencia de aquel; agravada ahora por las relaciones de desigualdad en las que se está desarrollando la globalización económica mundial.

Como no es posible acoger a todos los que querrían venir y las medidas que atajan las causas, no sus efectos, tardarán tiempo en producir resultados, no queda otro remedio que articular medidas que humanicen y encaucen un proceso que lleva camino de descontrolarse. Y me temo que no hay muchas opciones más que los famosos cupos, merecidamente denostados por que nunca, hasta ahora, han llegado a funcionar adecuadamente. Es preciso articular un sistema de contratación en origen para trabajadores temporales que ofrezca una esperanza migratoria a los miles de desesperados que no la tienen. Las ventajas de estas corrientes migratorias regularizadas son muchas para ambas partes y aparte de la fundamental, evitar tragedias, son un elemento dinamizador muy eficaz para movilizar recursos y generar sinergias en los países de origen. Mientras Europa se decide a poner en marcha un Plan Marshall para África que a estas alturas, parece inevitable, más vale desarrollar una política común de cupos que poner de consuno a las Armadas nacionales para sacar del océano a los náufragos de la desesperanza.

Se ha comprobado que no es suficiente exportar sistemas políticos democráticos para acabar con la miseria, que es preciso también sentar las bases de un desarrollo sostenible que exige fuertes inversiones en sanidad, educación e infraestructuras en el marco de unas relaciones comerciales más equilibradas o justas que las actuales. O Europa encuentra una salida que no sea, como EEUU, levantar un nuevo muro de la vergüenza, o el racismo y la xenofobia que la llevaron al fascismo, volverán a anidar en el corazón asustadizo de los hijos de la opulencia.