Es noticia:
ABCABC de SevillaLa Voz de CádizActualidad
AL AIRE LIBRE

Dos textos luminosos

ENRIQUE V. DE MORA QUIRÓS/
Actualizado:

En estos tiempos que corren, revueltos y azarosos para la claridad de algunas ideas, resulta gratificante e ilustrativo recurrir a la autoridad de algunas plumas insignes del pensamiento. Y tanto mas satisfactorio cuanto que conveniente, sobre todo porque asistimos a una tendencia peligrosa, entre otras muchas que campean por sus respetos: aquella que alza ensoñaciones y mitos sentimentales ayunos de cualquier parecido con la realidad histórica, para pretender seguidamente otorgarles carta de naturaleza como verdades incontrovertidas. Cuando eso ocurre en un momento como el actual y con una cuestión como la que podríamos denominar «problema español», resulta más urgente si cabe acudir a un aquilatado criterio de autoridad intelectual e histórica.

Entre los muchos debates que surgen en torno a los vascos, se ha hallado siempre el de la singularidad. La propaganda abertzale insiste siempre en la distinción étnico-histórica con el resto de España, con el consabido añadido de Navarra y su indisoluble unidad histórica y eterna a Euskal-Herria. ¿Verdad histórica o falsedad interesada? Acudamos a un testimonio revelador. Pertenece al gran medievalista Claudio Sánchez Albornoz. En su escrito Vasconia o la España sin romanizar, aporta datos significativos: las tres provincias (Vizcaya, Álava y Guipúzcoa) no fueron jamás independientes, y de ellas sólo dos porciones habían estado unidas a Navarra ¿menos de dos siglos!. En 1029 Álava estaba unida con Castilla. Vizcaya conoce sucesivas uniones y separaciones, hasta que desde la muerte de Alfonso I el Batallador (1134) forma siempre parte de la Corona de Castilla. A fines del siglo XII se incorporan Álava y Guipúzcoa. Desde entonces, los vascos viven la historia de Castilla y la historia de España. Las siguientes afirmaciones casi pueden sorprender: el patriotismo español de los vascos se hizo notorio cuantas veces corrió peligro su unión con Castilla. Por eso reaccionaron cuando Pedro el Cruel intenta ceder las Vascongadas a Inglaterra. Más tarde volverían a alzarse contra su apartamiento, con ocasión de las frustradas negociaciones entre Enrique IV y Luis XI, obligando al primero a jurar que nunca serían separados de Castilla. Así, historia Don Claudio, «desde el siglo XI hasta el XIX, no sólo no han alzado una sola pretensión secesionista: se han sentido muchas veces sacudidos por un entusiasta fervor español». Que cosas.

El segundo testimonio, muy de actualidad también, pertenece a Don Miguel de Unamuno, y se inserta en un artículo publicado en el diario El Sol, el 14 de mayo de 1931. Hablando, tal y como se habla y se polemiza ahora, de federalismo y de lenguas, oficiales o no, Don Miguel se explaya a gusto, fiel a su consigna de que el no hablar es morir y él a morir no está dispuesto: «Lo que aquí se llama federar es desfederar, no unir lo que está separado, sino separar lo que está unido» (esto, muy a propósito del llamado federalismo asimétrico). Lo demás que viene no tiene desperdicio. Denuncia el enfoque sentimental con el que se trata la cuestión de las lenguas, y no repara en calificativos: la bilingüidad oficial sería un disparate, como lo sería abolir y ahogar el vascuence, (utilizo sus mismas palabras), o pretender «que todo español no catalán que vaya a ejercer cargo público en Cataluña tuviera que servirse del idioma catalán». Para el final la guinda: la llamada personalidad de las regiones es en gran parte no más que un mito sentimental.

Seguramente, ambos hoy en día serían perseguidos y ultrajados como peligrosos fascistas. Eso si no los apedreaban a la salida de alguna conferencia.