ANABOLIZANTE

S.O.S.

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Entre mis obsesiones de gadita y amante de lo antiguo, hay una que figura con nombre propio en mi cabeza desde hace mucho tiempo: El Bazar de Candelaria. ¿Lo conocen? Es un local hermosísimo, que hasta hace relativamente poco regentaba un matrimonio anciano. En enormes y artísticas repisas de madera se acumulaban objetos de cocina, enormes ollas de aluminio, cafeteras antiguas. El techo estaba decorado con frescos y con un artesonado de arabescos. Había espejos enormes en las paredes. Cuando cerraron el bazar, me pregunté que sería ahora de ese establecimiento, si lo conservarían o cometerían la locura -por otra parte tan habitual- de destruírlo. Antesdeayer, en Madrid, casualmente, le estuve hablando a unos amigos del local, donde secretamente siempre soñé con montar una cafetería o algo parecido que respetara todos sus encantos.

Ha querido la casualidad que hoy, al bajarme del tren, haya pasado por Candelaria para ir a casa de mis padres. Desde lejos he divisado las puertas abiertas, y obreros con cascos trabajando dentro. Me he lanzado, cargada con mi maleta, al interior, y he visto para mi relativa tranquilidad que todavía se conservan las pinturas, los espejos, y los adornos del techo. No así las estanterías y el mostrador. Le he preguntado a uno de los albañiles si iban a conservar lo que quedaba, y me ha dicho, literalmente: «Hace falta mucha panoja para eso». Me he vuelto loca, y me he venido a escribir esto, con la estúpida ilusión de que sirva para algo. No sé si algún particular puede evitar el desastre, pero si no, Ayuntamiento o Diputación deberían intervenir, no sé cómo, para que esta ciudad no tenga que pasar por la vergüenza de ver destruída una de sus pequeñas maravillas, una de esas cositas lindas y delicadas que nos habla de otro tiempo, que lleva coquetamente impresa en cada una de sus volutas la historia íntima de Cádiz.