Rajoy, vapuleado
Actualizado:Sectores radicales de Cataluña han enturbiado la campaña previa al referéndum del domingo con incidentes contra el PP y el colectivo de izquierda no nacionalista Ciutadans de Catalunya, ambos partidarios del «no» al nuevo Estatuto de autonomía. En algún caso cabe la hipótesis de que tales ataques verbales hayan sido orquestados más o menos solapadamente por otras formaciones; en otros, no cabe hablar más que de espontaneidad en la bronca.
Ante tales actitudes incívicas, que pueden calificarse sin ambages de atentados contra la libertad de expresión, las reacciones han sido generalmente acertadas, de condena sin paliativos, si bien tampoco han faltado algunas observaciones impertinentes en el sentido de relacionar el mensaje del PP con las descalificaciones recibidas. Quienes así han argumentado olvidan que en democracia sólo cabe la controversia dialéctica y que cualquier intento de silenciar al adversario o de sacar la crítica del debate político constituye una desviación del espíritu del sistema.
Sentado lo anterior con toda rotundidad, conviene colocar estos brotes no democráticos en su contexto para dilucidar todas las responsabilidades a que haya lugar, y que en este caso alcanzan a la clase política en general. Porque este país lleva dos años de inflamación durante los cuales las cámaras parlamentarias han sido escenario de una beligerancia verbal inusitada.
No es extraño que ciertos sectores sociales adopten actitudes miméticas, emulen a sus teóricos representantes... y terminen adoptando el insulto como argumento. De hecho, el surgimiento en distintos países de Europa de formaciones radicales antisistema de derecha o de izquierda no ha sido casi nunca espontánea: se ha debido al fracaso de los partidos tradicionales, que han sido incapaces de ocupar su espacio y han hecho de la política una labor ruin y trapacera.
No caben, pues, paliativos a la condena exigente que ha de formularse contra los alborotadores que han pretendido silenciar a Rajoy y al PP. Ni en Cataluña ni, por supuesto, en el sistema mediático. En la campaña catalana, la transparencia democrática y la libertad de expresión están en manos de las restantes fuerzas y de las instituciones que mantienen el orden público. En el sistema social y mediático, también el propio PP ha de tomar sus propias y rotundas decisiones. Y esta última observación viene a cuento de los denuestos gravemente injuriosos que ha recibido el alcalde de Madrid, Ruiz-Gallardón, de una cadena de radio, gestionada por la Iglesia católica. Denuestos ante los que Rajoy ha pasado de puntillas, tímidamente, sin formular la defensa encendida de su conmilitón que cabía esperar de un líder que ve cómo es agredido uno de sus principales soportes.
Con ocasión de este silencio clamoroso de Rajoy, Ignacio Camacho publicó el lunes un muy atinado artículo en ABC titulado La cacería en el que venía a decir que Rajoy se ha convertido ya en rehén del sector extremado de su propio partido, que está inequívocamente detrás de las injurias a Gallardón, y que no parará hasta que el propio Rajoy haya sido cazado en las sucesivas trampas electorales de las que no podrá salir airoso sin el concurso, precisamente, del alcalde de Madrid.
Rajoy no puede evitar que le vapuleen sus enemigos, pero sí tiene en su mano hacerse respetar por sus teóricos adeptos. Y en esto último, mucho más que en aquello, se juega su futuro y la presidencia del Gobierno.