TRIBUNA

Inmigración

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La inmigración es un fenómeno social que ha estado presente a través de la historia y que la globalización ha generalizado. La necesidad y la ausencia de libertad son los motores que empujan a los seres humanos a la difícil aventura de emigrar, en la que se enfrentan a no pocos riesgos y zozobras.

La dirección de los tránsitos ha sido muy diversa, pero en los últimos años la pauta viene marcada por el viaje desde el sur subdesarrollado al norte opulento; África emigra hacia Europa y Latinoamérica hacia los Estados Unidos y Canadá. España es, además, punto de referencia para los candidatos a inmigrantes de la América hispana y de los países de la antigua Unión Soviética. El desarrollo de las comunicaciones ha hecho evidente las diferencias, exhibiendo el derroche ante los ojos de los hambrientos, impulsándolos a dejarlo todo para viajar al edén que muestran la televisión y el cine.

Estamos ante un asunto de estado que debería gestionarse desde el máximo consenso posible, sin bruscos cambios de rumbo y con políticas a medio y largo plazo. Pero esto resulta difícil ante tanto contrabando y manipulación política desde las filas de la derecha, que ante el riesgo de fractura de su electorado, por el discurso de su ala más extrema, termina por asumirlo sin matices.

Ya se sabe que en la propaganda política el discurso más eficaz, en clave electoral, es el más sencillo, el que prescinde de los detalles, aquel que identifica a inmigrante con: delincuente, competidor, invasor, infiel, paria, aprovechado, etc.

La propuesta de cerrar las puertas, como si se pudieran poner puertas al campo, más que una propuesta o compromiso político, es una estrategia electoral, que pretende extremar las contradicciones e instrumentalizar los miedos y fobias atávicos que despiertan las diferencias de cultura, religión y costumbres.

Se pretende, a veces con notable éxito, romper la lógica política, que vincula el voto de los sectores desfavorecidos a los partidos de izquierda, consiguiendo para la derecha un amplio caudal de papeletas cosechadas en el huerto de la competencia.

Los sectores sociales más acomodados son los que más protestan ante la inmigración, a pesar de que son los que obtienen mayores beneficios del fenómeno: empleo barato y precario, consumidores cautivos, reducción de costes sociales, relaciones laborales feudales, etc. Son los sectores más modestos quienes ven invadido su hábitat por los inmigrantes, con los que tienen que compartir: empleo, mercado de vivienda, centros de salud, colegios públicos y servicios asistenciales. El inmigrante está dispuesto a trabajar por menos salario, la vivienda modesta se encarece, se incrementan las colas y las listas de espera en los centros de salud y los colegios públicos acogen a la mayor parte de los niños de estas familias. En el debate político sobre el modelo educativo, un punto esencial es la pretensión de los privados de seleccionar a los alumnos en razón de su procedencia social o étnica.

Abrir las puertas conduciría al caos, a la rebelión de las sociedades invadidas, a la quiebra del sistema político y social. El caldo de cultivo para los salvadores, que trasmiten una falsa seguridad asentada en la supresión de los derechos económicos y de las libertades políticas, cuando no en la paz de los cementerios.

La inmigración, como problema global, debe tener una solución global; en el seno de los organismos internacionales, especialmente a través de la Naciones Unidas. Entre tanto, se hace imprescindible una política de frontera común en la Unión Europea, que debe asumir como propios, problemas tales como la masiva llegada de cayucos a Canarias.

El mundo desarrollado tiene algunas responsabilidades en la génesis del problema; por la colonización histórica y por el orden económico internacional que provoca o al menos radicaliza este desorden social y moral. Hay una legitimidad en la demanda de los inmigrantes en razón de la rapiña de la colonización, del desastre de la descolonización, del orden o desorden internacional, del control de las fuentes energéticas, de las políticas proteccionistas del mundo desarrollado, paralela a la exigencia del libre mercado global. El Fondo Monetario Internacional, que ejerce de gendarme de las esencias del libre mercado y el rigor presupuestario para los países endeudados, mira para otro lado ante el proteccionismo y el déficit público de las superpotencias.

Los Estados Unidos y la Unión Europea subvencionan de forma notable a sus sectores primarios (agricultura y ganadería), rompiendo las reglas de la competitividad y el libre comercio, pero la apertura de los mercados a las producciones del tercer mundo no resuelve el problema de la subsistencia de los productores indígenas. Son las multinacionales del sector las que se aprovechan de esta apertura, por su capacidad para producir y poner en el mercado de forma organizada, homogeneizada y garantizada los bienes de consumo. Sobre todo cuando los aranceles de las aduanas se han sustituido por supuestas garantías medioambientales y de salubridad alimentaria.

El objetivo principal debe ser la defensa de los Derechos Humanos, y son los organismos internacionales el escenario en el que deben plantearse las soluciones estructurales. Sólo el desarrollo económico y la mejora de la calidad de vida en los países de origen permitirán reducir el fenómeno a unas proporciones aceptables.

La inmigración ordenada reporta beneficios notables a todos; a los propios inmigrantes y a los países que los reciben. Resuelve el problema estructural de la sostenibilidad del estado del bienestar, especialmente en lo que se refiere a sistema de pensiones y el equilibrio poblacional, incrementa la población ocupada, permite cubrir empleos escasamente demandados, cuando no rechazados por las poblaciones del país.

En todo caso, enfrentémonos a este fenómeno con la memoria histórica que nos permita recordar, tener siempre presente, que en Andalucía fuimos emigrantes.