Cartas

Maradona y nosotros

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Maradona es el ejemplo de muchas cosas, pero ya escribieron libros sobre él, sobre su purgatorio, sobre su sufrimiento a las puertas del infierno. «Un ángel caído y se le ven las alas heridas», como le cantó Calamaro. Es una lección de dignidad porque supo asumir la caída sin culpar expresamente a nadie, sin señalar con el dedo. Se resignó a su fracaso vital y mira por los ojos de sus hijas. Es el ejemplo de una superación. Gracias Diego por las vidas que salvaste. Maradona ha sido anestesia en Argentina y dolor tras la gloria. Al mundo entero demostró que los gorditos pueden ganar títulos. Hoy, más que nunca, desprovisto del cáncer de la adicción, ya no es el que se saltaba los semáforos rojos en Barcelona, Nápoles, Sevilla o la propia vida. Maradona es Dieguito, y se ríe. Es esperanza que delira, «y tiene relación lúdica con la vida», como decía otro argento universal, J.L.Borges, de su amante María Kodama.

Diego es un loco responsable por fin. Un hombre que rescató de nosotros al niño de El Principito (Saint-Exupéry) que llevarnos dentro, el niño que siempre corre tras una pelota o un globo. En Jerez en 1992 salvó a un equipo de Tercera de la desaparición al asistir a una cena-homenaje a la plantilla para recaudar fondos. Le montaron cuadro flamenco, él dijo sí, y hoy el Jerez Industrial sigue vivo, equipo humilde y con dignidad. Catorce años después volvió Diego a Jerez, a jugar al fútbol en el Mundial Indoor... Y se puso la bufanda del Xerez y del Cádiz y dijo que el ambiente aquí sólo podía compararlo con la competición en Rosario (Argentina) en un bolo internacional de fútbol-indoor. «Es increíble el ambiente que hemos vivido». Entraba cantando al vestuario y se detuvo siempre ante los niños para firmar la camiseta. La rúbrica de un luchador, de un icono anti-sistema, fumando puros en el palco de honor. Con Diego, los españoles compartimos la gloria ante los ingleses... Hicimos nuestra mejor clasificación en un Mundial en 1950, siendo cuartos del torneo con gol de Zarra y contra Inglaterra. Maradona tocó el cielo y se sentó a la izquierda del Padre cuando metió los dos goles en México 86 a los ingleses, que hirieron el orgullo argentino en la guerra de las Malvinas (1982), como hirieron el nuestro en Trafalgar (1805). Diego marcó, hizo el gol del siglo, repartiendo justicia divina y poética, burlando y dejando paralítico a medio equipo hereje. Y también les hizo un gol con la mano... Tuteó a Dios. Desde entonces ambos tenían una deuda pendiente cuya factura pagó el astro a las puertas del infierno, donde decía Cervantes que residía el amor. Diego santificó una trampa, la trampa más bendita de la historia del fútbol, y desveló una relación íntima y divina. Miró a Dios de frente. Hoy luce un tatuaje del Ché Guevara en el hombro: la rebelión del delegado de Dios en la tierra. «Es bárbaro recorrer el pasado cuando venís desde muy abajo y sabés que todo lo que fuiste, sós, o serás, es nada más que lucha», explicó él, que arruinó a centenares de editores que pidieron préstamos y que querían hacer plata cuando bailó con la muerte: hace ahora dos años. Diego vuelve a hacer feliz a los pequeños y a sus padres porque es otra vez el niño de Villa Fiorito, abrazado y sonriente a su pelota.

Francisco Molero. Jerez