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Víctimas manipuladas

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En cualquier conflicto en el que aparezca el fenómeno del terrorismo, las víctimas son siempre el gran referente a la hora de habilitar cualquier fórmula de conciliación. Y ello es especialmente así cuando tal conflicto ha sido en realidad una agresión al statu quo pluralista y democrático por fanáticos que han tratado de imponer sus convicciones totalitarias.

En este supuesto, que responde a la actuación de ETA contra el régimen democrático español, el colectivo de víctimas, que representa en realidad a toda la ciudadanía agredida por aquella asociación criminal ultranacionalista, ha de desempeñar un papel intelectual relevante a la hora de cerrar el contencioso. Un contencioso que sólo puede clausurarse con una victoria del Estado democrático sobre sus enemigos y que hará exigible el despliegue de una cierta magnanimidad por parte de los vencedores para mitigar en lo posible los efectos sociales más negativos de la grave y duradera perturbación.

Las víctimas del terrorismo han ido organizándose en nuestro país al mismo tiempo que el Estado y sus instituciones han incrementado su reconocimiento al protagonismo que deben ostentar, y que hoy es pleno en todos los sentidos. Y existe conciencia clara de que el llamado proceso de paz tendrá que tener muy en cuenta la opinión sedimentada de las víctimas.

Pero ese referente no es ni puede ser político por varias razones. Primero, porque como es natural, las víctimas tienen filiaciones ideológicas diferentes. Y, segundo, porque en una democracia representativa la política institucional está en manos de quienes ostentan la representación inorgánica, electoral, de los ciudadanos. La nuestra no es una democracia orgánica, obviamente. De donde se desprende que las víctimas deberán influir pero no intervenir de forma directa en la política concreta.

En nuestra actual coyuntura, las víctimas tienen, en fin, el derecho a reivindicar los grandes valores morales del régimen por el que han sufrido ellas mismas o sus deudos. Es lógico que se opongan por tanto a que sus victimarios obtengan algún botín político. Y tienen por supuesto todo el derecho a manifestarse por cualquier medio en apoyo de tal exigencia.

Pero la manifestación que hoy se celebra en Madrid, organizada por la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT), que lleva en la segunda parte del lema su negativa a cualquier negociación con ETA, utiliza como primer argumento explícito de la convocatoria la exigencia de conocer la verdad de lo ocurrido el 11-M, en línea con la inconfundible reclamación partidaria que formula un sector de la derecha más recalcitrante de este país, que sostiene una indefendible y disparatada «teoría de la conspiración», según la cual ETA y el PSOE habrían provocado la matanza del 11-M. Parece evidente que la filantropía teórica de la AVT queda desvirtuada por tan sospechosa actitud, que, curiosamente, ha provocado la ausencia de la manifestación de la asociación de víctimas del 11-M.

Así las cosas, no parece excesivo hablar de manipulación de las víctimas, que están siendo utilizadas claramente como arma política en pro de una opción política muy concreta y en contra de otra.

En cualquier caso, el sectarismo de la dirección de la AVT -organización en la que sin duda hay muchas víctimas de buena fe- quedaba ayer de manifiesto en un artículo/llamamiento de su presidente: en él quedaba claro que la fotografía del 10-J -de la marcha- permitiría distinguir a quienes se sitúan del lado de las víctimas de «quienes están dispuestos a mercadear con nuestro sufrimiento para perpetuarse» en el poder. No hemos luchado tanto, víctimas y ciudadanos, para que a la postre llegue un advenedizo a dividir de nuevo a este país en buenos y malos.