Extraer todo el azúcar
El laboratorio del Grupo Remolachero lleva casi 40 años analizando las plantas de los productores de la provincia en unas instalaciones únicas en España
Actualizado: GuardarEl mejor patrimonio de este laboratorio es su personal». Así destacaba Jesús Toro, jefe de estas instalaciones y coordinador de la campaña del Grupo Remolachero de Cádiz, la importante labor que su equipo realiza año tras año, desde hace casi 40, para asesorar a los productores de la zona durante la cosecha de la remolacha.
Muchos de los 1.000 remolacheros que existen en la provincia convierten estos días en habituales sus visitas a este centro que desde 2001 está ubicado en el Parque Empresarial, pero que nació hace décadas en la calle Diego Fernández Herrera gracias al empeño del entonces secretario general del Grupo, Pedro Font de Mora, y que tuvo como jefe de laboratorio en sus inicios a Francisco Quirós. Este químico formó un sólido equipo que trabajó siempre «con mucha fidelidad hacia los intereses de los remolacheros» y del que aún hay varios miembros que continúan manos a la obra, desde el año 1992 bajo la supervisión de Toro.
Su labor es fundamental tanto en épocas de precampaña como durante la entrega a las azucareras. Y es que, gracias a las pruebas y análisis que el laboratorio del Grupo Remolachero lleva a cabo, los productores saben cuál es el momento en el que deben cortar la remolacha, si la planta tiene suficiente riqueza de sacarosa (polarización), o cuáles serán los descuentos que podrán aplicarle en las fábricas.
Lo que se hace en estas instalaciones -las únicas de estas características que existen en España- es recoger todos los días muestras de remolacha que se pesan, se lavan, se trituran y se analizan del mismo modo que se hace en los laboratorios que Ebro Puleva tiene en las dos azucareras de Jerez. Además, en cada fábrica -tanto en la puerta como en el laboratorio- hay cada días varios técnicos del Grupo que ejercen de veedores de todas las pruebas.
Así, los resultados que el Grupo obtiene -y que la industria respeta- sirven de contraste a los que ofrecen los laboratorios de las fábricas, «cuyos intereses nunca serán iguales a los de los productores», apuntaba Toro.
Cuando llega un saco de remolachas, las dos trabajadoras del laboratorio -«antes éramos ocho o nueve más, pero cada vez hay menos trabajo», apuntan- pesan las plantas, les cortan la corona y las pasan a la lavadora. Después, cada muestra -que está perfectamente identificada con nombre y apellidos- se tritura en la raspa y se obtiene la papilla que servirá para el análisis en el polarímetro.
Ya en el laboratorio, se mezclan unos 26 gramos de esa papilla dulce con subacetato de plomo gracias a un agitador -una pieza de metal que mueve un imán- y se cuela hasta que finalmente el polarímetro da a conocer los grados que tienen las plantas. Si son más de 16 grados, ya se puede cosechar, y si está por encima de los 17,5 es de buena calidad y rentable.