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VUELTA DE HOJA

Ética para bogavantes

MANUEL ALCÁNTARA/
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El Gobierno ha decidido modificar sus criterios para regular la muy honrosa declaración de fiestas de interés nacional. Quizá esté convencido de que su simple variación constituye una mejora. Es muy habitual entre nosotros divertirse presenciando el sufrimiento y yo, como aficionado a los toros, soy el menos indicado para protestar, ya que he protestado muchas veces en esos volcanes ibéricos que son las plazas porque los toros no tomen tres varas, lo que se ha cargado el tercio de quites, con sus rivalidades y su posibilidad de hacerse perdonar una mala tarde, de esas que tiene cualquiera menos el toro, que no dispone más que de una.

Confesada mi contradicción, debo apresurarme a decir que me parece muy bien que se eliminen las fiestas «en las que se maltraten animales o personas», por muy arraigadas que estén entre los palurdos. Las cabras mirarán con menos recelo los campanarios y la disminución del estrés repercutirá en la calidad de la leche. En España hay más de cien acontecimientos declarados de interés nacional o internacional. Lo que Pedro Laín llamaba el sentido festival de la existencia no decae. Incluso está presente en la Tomatina que se celebra en Buñol. Peor sería tirarse piedras o pegarse tiros, que es la verdadera fiesta nacional.

Hay que congratularse ante esta creciente sensibilización. Lo malo son las exageraciones. A un tal Rodrigo García, dramaturgo y director argentino, le han censurado en Casa de América un número consistente en cocinar un bogavante vivo, sometido previamente a ciertos equilibrios circenses. El hombre no se lo explica. Dice que lo que él muestra «ocurre a diario en cualquier restaurante». Por algo se empieza. Pronto habrá ecologistas que nos dejen sin almejas a la marinera.