Escepticismo
Actualizado:Enciendo la tele después de llevar mucho tiempo desconectada de los telediarios de mi país. Y en los titulares, primera noticia importantísima, los de siempre, el bueno y el malo, o el malo y el bueno, según quién sea el que los mire. Enfrentados en el Congreso con su chillona y patética cohorte de acólitos que cabecean, aplauden y vitorean a su lider, o abuchean e insultan al contrario. Ahora somos socios, ahora no. Te apoyo, me apoyas, no te apoyo, no me apoyas. Asisto a este enfrentamiento con la misma abulia con la que escucho el cruce de palabras entre los hinchas de dos equipos rivales, o entre dos personajes de un programa del corazón. Y es verdad, me parece que todo se ha convertido en lo mismo, unos usan palabras más grandilocuentes (y más huecas), pero en resumidas cuentas, todo ha quedado reducido a ver quién gana o quien pierde la bronca. Pues hablen, señores, sigan hablando y peleando, perdiendo el tiempo. Sigan empeñados en hacernos creer que lo más importante que pasa en España es que el debate del estado de la nación lo ganó tal o cual, o que la Liga se la llevó el Barça, o que al final la Esteban resultó mejor que la Campanario. Casi al final del telediario, hablan como por encima del barco negrero que ha llegado a Cádiz cargado de orientales y también de la patera que ha arribado a las costas de Motril, todo en un lote, una noticia más...
Apago la tele asqueada. No quiero saber más. No me interesa lo que quieren contarme, lo que quieren que crea, que esos señores trajeados están decidiendo sobre mí día a día. Sé de sobra que solo tengo que pasar unos días sin escuchar sus voces en la radio, sin ver sus caras en la tele, sin leer sus palabras en los periódicos para darme cuenta de que, efectivamente, puedo vivir sin ellos.