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Editorial

Al Qaeda pierde

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La eliminación del jefe de Al Qaeda en Irak, Abu Musab al-Zarqaui, uno de los mas sangrientos y fanáticos terroristas que han sembrado de muerte las calles de Bagdad, es un gran éxito combinado de los órganos de seguridad iraquíes, jordanos y de la fuerza multinacional, que coincide con la esperada designación por consenso de los ministros de Defensa e Interior e inyectará de una muy necesaria moral al Gobierno y sus aliados. Desgraciadamente no producirá taumatúrgicamente el fin del terrorismo ni tal vez una rápida disminución de los atentados, como prudentemente vaticinó el general Casey, al mando sobre el terreno, pero a medio plazo este golpe en el corazón del ejército del terror debe facilitar la lucha por la seguridad y la normalización en Irak.

En el ataque a su cuartel general donde preparaba nuevas matanzas perecieron, además de Zarqaui, siete de sus colaboradores y su relevo. Aunque Al Qaeda anuncie una decisión rápida al respecto, no será fácil. De hecho, al-Zarqaui, un jordano con tendencia a actuar por libre, se instaló en Irak poco antes de la invasión, disponía de una pequeña red de leales y eran conocidas sus discrepancias con Ayman al-Zahauiri, el mentor de Bin Laden. Este debió negociar con él: le designó emir de Al Qaeda en Mesopotamia y, a cambio, el terrorista aceptó el liderazgo del jeque Bin Laden y aceptó sus decisiones. Más allá de lo que Al Qaeda decida, el gobierno iraquí y la Coalición multinacional están de enhorabuena. Aunque sólo se trate de una victoria táctic, indica algo que los terroristas deben saber en cualquier latitud: nunca ganarán por la fuerza. De hecho, al-Zarqaui, con su recurso a la violencia ciega y su odio visceral a los chiíes, ha terminado por hacer un favor al gobierno iraquí, empeñado con cierto éxito en la recuperación de la comunidad sunní para el proceso político.

Al-Zarqaui había captado muy bien el peligro que representaba para él la gran operación en marcha y, en concreto, la decisión de ciertos líderes tribales sunníes de negociar con el gobierno Maliki, que ha dado un fuerte impulso en esta correcta dirección y se dispone, incluso, a revisar la indiscriminada e inhábil proscripción de todo el aparato político, militar y de seguridad del antiguo régimen. Los terroristas han matado ya a varios de esos jefes sunníes y amenazan al resto. La desaparición de al-Zarqaui, insertada en este contexto político, podría tener repercusiones más allá del propio combate anti-terrorista. Y, en todo caso, además de reforzar al Gobierno y sus socios y blindar en parte el proceso institucional en curso, es una noticia más relevante, en términos prácticos, que la captura de Sadam Hussein.