El súper
Actualizado: GuardarLA GLORIETA Los expertos recomiendan ir al supermercado sin hambre, relajada, con una listita y una calculadora en la mano. También te dicen que compres sólo lo necesario, que compares precios y que te pares a pensar si de verdad necesitas lo que estás adquiriendo. Los expertos, por supuesto, no saben lo que es tener las hormonas revolucionadas, no sufren depresiones y al parecer, no viven en este planeta.
Yo voy al súper justo al mediodía, con hambre, sed (de justicia y de la otra), con prisas, sin lista y sin calculadora. También voy sin carrito, lo cual en breve me provocará una luxación de hombro. Eso explica que pase automáticamente de la sección de verduras y me vaya directamente a la de chocolates y galletas. También que husmee en la sección de limpieza del hogar y compre productos que prometen quitar residuos, grasas y demás impurezas casi sin pasar la balleta, con el poder de la mente. En realidad, lo que una espera encontrar es un robot a pilas al que tú lo envíes de excursión por rincones de tu casa que ni siquiera sabes que existen, mientras te sientas frente a la tele a tomar un cola-cao en paz.
En el súper a menudo me encuentro con varios de mis compañeros. Tú puedes deducir muchas cosas viendo en qué lugares se detiene cada uno. Están los solteros, que se dividen en dos tipos: los zen que comen soja enlatada y yogures con bífidus activo, y los que degustan comida congelada con genuino entusiasmo; las madres de familia que calibran el peso y el precio de la latas de leche; los padres, que miran la composición de los potitos como si fueran el informe del genoma humano; o los que viven en casa de sus padres, que son los únicos que pueden pasar de las ofertas 2x1.