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VUELTA DE HOJA

El aire que era de todos

MANUEL ALCÁNTARA/
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Insistimos en celebrar cada año el Día Mundial del Medioambiente ahora que no queda ni cuarto y mitad. Hace mucho tiempo que los ecologistas, ¿quién que es no es ecologista?, como ¿quién que es no es romántico?, salieron a la calle con una pancarta que resumía su exigencia: «No queremos medioambiente, lo queremos entero». Ahora se habla de energías renovables, de reciclaje, de separación de las basuras, de empresas contaminadoras y de distintas estrategias para luchar contra el cambio climático. Para decirlo en menos palabras, para que no nos carguemos el invento.

Cada generación de eventuales huéspedes de este planeta se considera la dueña y cree que es válido explotar sus recursos sin tener demasiado en cuenta a sus herederos forzosos. Durante mucho tiempo el lema ha podido ser: «El que venga detrás que arree». Va a ser muy difícil si matamos al burro.

No sólo hay que establecer nuevas leyes, que eso es muy fácil, ya que pueden dictarlas unos señores que lo más parecido que han visto al desierto es el papel de lija. Lo difícil, además de legislar con acierto, es hacer que las leyes se cumplan. Cuando éramos niños los que actualmente necesitamos que nos funcione la memoria a la perfección para recordarlo, se decía que el aire era de todos. «Aire nuestro», tituló el gran Jorge Guillén, que profesaba un panteísmo entusiasta.

Ahora el aire está colonizado. Los ayuntamientos se proponen prohibir el tráfico si se supera el límite de polución. No sólo se verá afectada la circulación, sino la construcción. La Ley de Calidad del Aire y Protección de la Atmósfera ofrecerá una ventaja: su incumplimiento.

No debemos alarmarnos los que aún vivimos. Si acaso nos preocupan nuestros inmediatos descendientes, pero no es cosa de pensar que va a ser de los biznietos. Allá ellos.