La negociación, en versión Zapatero
Actualizado: GuardarEmpieza a resultar imposible predecir lo que va a ocurrir con esa negociación, o conversación, o acercamiento, o como se llame. Al presidente del Gobierno hay que reconocerle que ha enredado las cosas hasta un extremo tal que ahora seguramente no hay un ministro que sepa muy bien por dónde van las cosas, aunque todos dicen que las cosas, para acabar con la pesadilla de ETA, van bien. Y probablemente así sea. Ojalá.
Empezamos a conocer ya los mecanismos de funcionamiento de José Luis Rodríguez Zapatero. Recordemos los tiras y aflojas del Estatut de Cataluña, que primero iba a ser aceptado tal y como llegase del Parlament, y, al final, regresó a Cataluña irreconocible y constitucionalizado. ¿Cuántas veces dijo el presidente que el término nación no figuraría en el texto estatutario, para luego afirmar lo contrario y, en medio, dar vueltas dialécticas que hacían imposible saber en qué punto se encontraba la cuestión y cuál era su verdadero pensamiento?
Pues ahora, con lo de ETA, lo mismo. Ha logrado Zapatero salir indemne -más bien, victorioso- del debate sobre el estado de la nación, sin explicar a fondo dónde nos encontramos. Y es probable que esta semana ocurra lo mismo, pese a que la propuesta de resolución que presenta el PP, pronunciándose más bien en contra de una negociación política, habrá de debatirse en el Congreso de los Diputados. Tiene ZP la enemiga del Partido Popular en este punto concreto y en otros muchos puntos, y los activísimos correveidiles monclovitas ya andan filtrando que, quiéralo o no la oposición que representa Mariano Rajoy, la negociación se llevará a cabo.
Ahora bien: ¿cómo se llevará a cabo? ¿Habrá mesa política paralela a la mesa que se encargue de discutir solamente la paz? ¿Hasta dónde y desde cuándo las conversaciones con Batasuna? Como le ocurrió a Adolfo Suárez en sus primeros tiempos de brega para forzar la transición, Zapatero no quiere, ni quizá pueda, contarlo todo; seguramente sería apasionante conocer la verdadera dimensión del proceso en marcha. Y solamente alguien como el flamante ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, puede encargarse de llevar al terreno de los hechos tan viscoso estado de la situación. Lo que ocurre es que ni Zapatero ni Rubalcaba poseen las características necesarias para tranquilizar a la población: ninguno de los dos habla claro, que es cualidad acaso políticamente nefasta en tiempos de crisis y en los de mudanza.
Zapatero ha hablado mucho de ETA, pero ha contado muy poco. Es incapaz de mirar a los ojos a la ciudadanía y decirle que, si hay que hablar de paz, con quien primero hay que hablar es con Batasuna; ¿con quién si no? Y, si hay que hablar con Batasuna, decir que con la coalición ilegal no se hablará de política es algo que bordea lo ridículo. O la tomadura de pelo. Estoy convencido (lo sugieren varias encuestas) de que una mayoría de españoles apoya una negociación, en la que incluso algo haya que ceder, para terminar de una vez con treinta años de actividad criminal de la banda terrorista. Y ahí es donde, probablemente, el PP comete una equivocación (ver recuadro). Porque, pese a tanta improvisación, las cosas pueden acabar saliéndole bien a Zapatero.