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Editorial

Aniversario de Tiananmen

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Ayer se cumplieron 17 años de la matanza en la plaza de Tiananmen, en Pekín. La madrugada del 4 de junio de 1989 cientos de estudiantes que pedían democracia y libertad murieron a manos del Ejército Popular después de dos meses de manifestaciones. La crisis, que se había iniciado el 15 de abril de ese mismo año, con la muerte del caído en desgracia, Hu Yaobang, ex secretario general del Partido Comunista Chino, y el espontáneo homenaje popular iniciado en las calles por los estudiantes y obreros, puso al régimen comunista en jaque y produjo una honda división entre los líderes chinos. Hoy, China sigue sin tener plena libertad, pero su ascenso al quinto puesto de las economías mundiales ha hecho que muchos perdonen aquellos incidentes en los que más de 2.000 estudiantes fueron aplastados por los tanques del Ejército.

Los casi dos decenios transcurridos, la política de liberaciones anticipadas de los procesados y condenados, los cambios en el liderazgo y el férreo control de la información desde el Gobierno explican el prodigio. Pero no atenúan, ni lo harán en mucho tiempo, el emocionado recuerdo que merecen quienes perecieron bajo los blindados de un poder que optó por la represión pura y dura. El éxito económico de China y su estabilidad parecen haber otorgado al régimen chino una suerte de justificación sobre su decisión de liquidar por la fuerza a la oposición emergente. Pero esa falacia no se tiene en pie, lejos de poder probarse que aquella primavera prodemocrática fuera incompatible con el desarrollo material o la unidad nacional, lo único incuestionable es que el autoritarismo del sistema, exhibido entonces por decisión del artesano de la modernización, Deng Xiaoping, se reforzó y sigue ahí como una amenaza latente contra quien se vea tentado por organizar la disidencia. Deng Xiaoping actuó como lo hizo para resolver de raíz las discrepancias que socavaban el régimen, como probó la desgracia de Hu Yaobang, primero, y del reformista político Zhao Ziyang. Que los muertos de Tienanmen pagaron el precio de la pugna en el seno del poder es hoy indiscutible.

El sistema chino apenas ha cambiado desde entonces, aunque su apuesta por la modernización económica -China ha sacado a la mitad de su población de la pobreza extrema en el último cuarto de siglo- no debe hacer olvidar al resto del mundo su serio déficit democrático. La apertura del sistema sigue siendo una asignatura pendiente pero el mundo parece resiganrse al «ascenso pacífico» del gigante asiático; quizás entendible en el registro de la realpolitik, pero no tanto desde el punto de vista de los derechos humanos.