CALLE PORVERA

El chino

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Hay un chino en Jerez que me tiene admirado. No voy a decir en qué restaurante trabaja, por si el pobre chino es un chino ilegal, que es la condición más baja en la que puede encontrarse un chino, y mi columna delatora le acarrea problemas con nuestras efectivas y siempre bien dispuestas administraciones, veladoras de que en las calles españolas no haya un solo chino de sobra. Dios me libre de causarle mal alguno al pobre chino, que bastante tiene con los suyos.

El caso es que algunos sábados por la mañana, cuando vuelvo de libar el alcohol de los charcos, oliendo a humo y a fiesta, he visto al chino en cuestión sacando las mesas del restaurante a la calle; otras veces, el chino me ha atendido en el almuerzo, sonrisa al canto, sin despeinarse. A la hora del café, el chino sabe que lo tomo fuerte, con dos sobres de azúcar. La cena frugal, americana, también me la ha servido el chino en no pocas ocasiones, atento y diligencioso. El chino me ha puesto copas, ha limpiado la barra, descargado y almacenado cientos de cajas en mis propias narices. He visto al chino, con su mandil de China, sudando la gota gorda, friendo patatas a través del ojo de buey que comunica el comedor con la cocina; lo he visto contar la caja, pintar los marcos de las puertas, hacer inventario, engrasar las motos de los repartidores. Lunes, miércoles, domingo, el 1 de mayo, el Viernes Santo. Lo que no he visto es a ningún sesudo investigador de los informativos de Antena3 preguntándole al chino sobre su función social en España: en su planteamiento maniqueo e interesado no caben extranjeros pobres que no se dediquen a asaltar chalés o a darles palizas a los ecuatorianos de enfrente. Nos están engañando como a chinos.