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MULTITUD. El féretro avanzó hasta el Cementerio de San José rodeado de gente y piropos, bajo una lluvia de flores y portado por costaleros de la Virgen de Regla. / A. VÁZQUEZ
Cultura

Viernes de dolores en tierra de Rocío

Miles de paisanos y admiradores llegados de toda España acompañan el cortejo fúnebre con flores y lamentos para despedir a la voz de la copla Costaleros de la Virgen de Regla portaron el féretro hasta el cementerio

JOSÉ LANDI/CHIPIONA
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El dolor tiene fecha fija en la familia Mohedano Jurado. También un 2 de junio, de 1978, la Rocío de todos los chipioneros tuvo que volver a casa para enterrar a su madre. Ayer, 28 años después, cambiaron las tornas pero resultó idéntico el dolor. Todos los vecinos se convirtieron ayer en hijos, en hermanas y no-vios de la señora de la copla para acompañarla en el último paseo por Chipiona.

Hasta el Levante se paró a ver los responsos y la caminata. Se tomó una tregua para no dificultar el lanzamiento de flores sobre el ataúd. Incluso el fiero Atlántico, tan cercano al Santuario de la Virgen de Regla, se quedó callado. Se portó para que se oyeran mejor las oraciones, primero, y los gritos de cariño de los que la llamaban guapa y le renovaban esos oles que tanto escuchó durante su carrera.

El camino entre el templo más representativo de Chipiona y el Cementerio de San José fue el último acto de una noche marcada por el cariño de los paisanos. La capilla ardiente abierta a las 1.15 horas de la madrugada de ayer se cerraba una hora antes del mediodía. Varios miles de personas, de-cenas de autoridades, colegas de profesión y artistas de otras disciplinas, sacrificaron horas y sueño, de madrugada, para despedirse. Tras ese interminable desfile llegó un espacio para la intimidad. La familia, los amigos más allegados y algunos representantes públicos vivieron una hora de recogimiento, sin público, como prólogo de la misa fúnebre que disparó las pocas emociones que aún estaban contenidas cuando Los Marismeños entonaron la Salve Rociera.

Fue una ceremonia sencilla, oficiada por el obispo de Asidonia-Jerez, Juan del Río, en la que se destacó el esfuerzo y la pasión por la vida que la artista demostró desde niña. «Fue una mujer que cantó a la vida y se sintió amada. Seguro que ella cantaría bien la entrada a las marismas eternas, seguro que cuando abrió el Buen Pastor le dijo sígueme», apostilló.

Viernes de contrastes y dolores, de idas y venidas al otro lado de la desembocadura del Guadalquivir, entre el duelo de Chipiona y el fervor del Rocío.

Tras cincuenta minutos de ceremonia, llegó el momento del último reencuentro. Bajo el primer sol veraniego, no de justicia, de veras, más de 3.000 personas apostadas a las puertas del templo recibieron el féretro de Rocío Jurado.

La imagen de la jornada llegó minutos antes de las 13 horas. Jo-sé Ortega Cano y Amador Mohedano, junto a otros familiares, sacaron a hombros el ataúd. El viudo y el hermano pegaban la cara a la madera, como queriendo besar el último vestigio físico que les queda de la que fue ser querido y ahora será ausencia mítica para siempre. Ya en las escaleras, los costaleros que cada septiembre portan a la Virgen de Regla les dieron el relevo para llevar los restos mortales hasta el camposanto.

Cortejo fúnebre

Desde ese momento, la Avenida de Sevilla se convirtió en un caudal de gente, entre la que sólo se podía distinguir el féretro gracias al color de las flores que le llovían a cada paso y al llamativo brillo de las banderas andaluza y española. Los que portaban los restos de la mayor voz chipionera no dieron un paso sin escuchar ovaciones, gemidos de dolor o piropos gritados que servían para aliviar la presión en las gargantas. Sobrinos y otros familiares, entre ellos Fidel Albiac, se turnaron para portar el ataúd. Muchos vecinos veían pasar la caja e, inmediatamente, se desviaban a una calle paralela, con paso rápido, para volver a dar el encuentro a Rocío más adelante y renovar el mismo gesto, repetir idéntico rito amoroso.

Uno de los momentos más sentidos se vivió cuando la comitiva, escoltada por 185 agentes de la Guardia Civil, que trataban de mantener al gentío en las orillas de la calle, se desvió del itinerario previsto para pasar frente a Mi abuela Rocío, la residencia particular, veraniega y familiar de la cantante, cuya fachada se ha convertido en un mausoleo improvisado y popular, cubierto ya de velas rojas, de flores y mensajes firmados por cientos de seguidores. El tiempo imitó al viento y al océano, también se paró para que la gran voz de la copla descansar durante un ratito eterno en el sitio de su recreo, en ese hogar al que siempre quería volver. La montaña de pena, flores, banderas y cariño que sepultaba a Rocío Jurado necesitó de una hora para llegar al Cementerio de San José. De los pocos balcones ocupados -todo el pueblo estaba en la calle- caían pétalos y colgaban crespones.

Al llegar al recinto del osario, Ortega Cano y Amador Mohedano volvieron a cargar con el ataúd, aunque las fuerzas les flaquearon. Por expreso deseo de la familia, el entierro fue íntimo, sin público, cámaras ni curiosos.

La chipionera descansa ya, para siempre y desde las 15 horas de ayer, en un sencillo panteón en el centro del camposanto, y en el que serán enterrados también sus padres, como era su deseo. La lápida blanca que cubre sus restos se encuentra en el centro del cementerio, rodeada de seis cipreses.

El epitafio es sencillo: «Rocío Mohedano Jurado. Su esposo, hijos, hermanos, nietos, sobrinos y familiares siempre te llevarán en sus corazones». Concluido el entierro, los familiares salieron del camposanto sin poder contener el llanto y entre gritos de ánimo de los aún concentrados ante la puerta y que, después, entraron para poner sobre la tumba otro manto de flores. El alcalde chipionera, Manuel García, adelantó que el Ayuntamiento no descarta rendir un último homenaje a la chipionera con la construcción de un monumento «que será el más grande del cementerio».

Traslado de la oración

La sensación de vacío que quedó en Chipiona daba a entender que los rituales habían terminado, pero sólo se habían trasladado. Al otro lado del río, en ese acontecimiento que comparte nombre con el mito, los rezos de las hermandades que peregrinan a la aldea ya tenían presentes a una de sus romeras más universales. Misas y rosarios la recordaron durante toda la jornada tanto en el recorrido como en el santuario de la Blanca Paloma.