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Editorial

Irán, inflexible

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El anuncio realizado por Washington de participar en un diálogo multilateral con Irán, siempre que este país suspenda antes el enriquecimiento de uranio, ha sido recibido muy positivamente por la comunidad internacional, Rusia y la UE especialmente, pero en un tono altamente escéptico por el régimen de Teherán. Después de que el Organismo Internacional de la Energía Atómica haya dictaminado que Irán no ha suspendido sus actividades nucleares, incumpliendo la petición del Consejo de Seguridad de la ONU, el Gobierno norteamericano ha decidido dar un giro a su estrategia para unirse a las conversaciones con Teherán. La propia solemnidad con que la Secretaria de Estado norteamericana, Condoleezza Rice, se refirió al nuevo modus operandi al respecto, traduce la importancia de fondo del hecho, aunque los estrictos términos de la propuesta permiten adivinar que difícilmente se acelerará la consecución de una solución negociada gracias a ésta.

Nadie duda de que la Casa Blanca desea alcanzar una solución diplomática y que por ello Washington ha decidido integrarse en el equipo negociador. Pero la redacción de la propuesta «tan pronto como Irán suspenda de modo verificable y por completo las actividades de enriquecimiento del uranio», que supone de hecho aceptar lo que en realidad sería el desenlace definitivo de la negociación, ha sido contundentemente respondida por el ministro de Exteriores iraní. Es más, el responsable de la diplomacia iraní no sólo rechazó de plano que su país abandone el enriquecimiento sino que explicó el ofrecimiento de EE UU como parte de una estrategia para desviar la atención de los «atropellos cometidos en Irak». En estas circunstancias, lo más positivo que puede extraerse de la propuesta norteamericana es la utilización del verbo «suspender», en lugar de cancelar.

Washington se resiste a negociar bilateralmente con los iraníes, pero necesita imperiosamente forjar un amplio frente contra Teherán. El régimen iraní ha lanzado un verdadero órdago a la comunidad internacional y, desgraciadamente, lo ha hecho en el mejor momento para sus intereses: con un Irak incapaz de frenar la ola de violencia sectaria y las economías occidentales aterrorizadas de pensar en que por segunda vez en apenas tres años pueda estallar un conflicto en la región del Golfo. Impensable, pues, que con estas premisas Irán se atuviese a rebajar el tono de su envite. Por mucho que Bush haya hablado de que «el mundo actuará en consecuencia», sólo si Rusia y China dan su beneplácito público a una resolución que contemple sanciones, Teherán perdería parte de su ventajosa posición.