Don Oliverio
Actualizado: GuardarA unque, como me advierten Carlos, Jaime y Alberto, muchos van a pensar que estoy empleando un recurso periodístico para atraer la atención de los lectores, les aseguro que le confieso la verdad si le digo que la primera reacción que me produjo la noticia de la designación de don Oliverio Jesús Álvarez como entrenador del Cádiz fue de enfado, pero no porque considerara desatinada la decisión de la directiva, sino por el momento tan inoportuno en el que el presidente la dio a conocer. Me explico: convencido de que el nuevo técnico coincidiría con alguno de los que pregonaban los medios de comunicación, había hecho el propósito de sugerir, precisamente hoy, el nombre del, hasta ahora, delantero centro del equipo amarillo. Estaba dispuesto a correr el riesgo seguro de que los entendidos me tacharan de ingenuo, de despistado o de inexperto. Cuando escuché la primicia que ofreció Manolo Camacho en Punto Radio, me embargó una enojosa sensación, parecida a la que experimenta quien posee una quiniela con quince aciertos, pero que guarda en el bolsillo de la chaqueta sin haberla sellado. En aquel borrador de artículo -que ya ha perdido interés- iba a decir que mi candidato era, precisamente Oli, porque pensaba que, además de esas cualidades que le han reconocido los críticos -la preparación, la bravura, el carisma, la valentía, el pundonor, la seriedad, la ambición, la ilusión y el irreprimible hambre de triunfo- estaba adornado de unas cualidades que, a mi juicio, eran las adecuadas para el nuevo entrenador: la autoridad que, sin ser autoritario, impone en el campo, el respeto que, por ser respetuoso, inspira a todos sus compañeros, y, sobre todo, la confianza que ha generado en la directiva, en el cuerpo técnico, en la plantilla, en la mayoría de los periodistas y en los aficionados. Recordemos que la confianza es el factor vinculante que garantiza el funcionamiento correcto de las relaciones humanas; pero no olvidemos tampoco que el resultado final de la liga dependerá también de otros factores que, desgraciadamente, no controla ningún entrenador.