El sida se resiste
Actualizado: GuardarAl cumplirse un cuarto de siglo de lucha contra el sida, desde que esta pandemia fuera detectada formalmente el 5 de junio de 1981, Naciones Unidas ha hecho esta semana un ambivalente balance del camino recorrido. La conclusión más optimista de la organización internacional es que ha bajado la prevalencia de la enfermedad en las regiones más desarrolladas del planeta, mientras que desgraciadamente en términos globales, ésta sigue avanzando, más lentamente que en las dos décadas pasadas, pero igualmente avanzando. Los datos relativos al Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida, aunque se haya mejorado mucho, no invitan precisamente a la esperanza: 40 millones de infectados en la actualidad, 2,5 millones de fallecidos en 2005 y ni rastro de una vacuna o un tratamiento capaz de curar la enfermedad una vez desarrollada, 25 años después. El panorama en buena parte del África subsahariana y del Sureste asiático ofrece perfiles realmente dramáticos por culpa de la mortífera conjunción de sida, hambrunas, guerras, promiscuidad sexual e incultura sanitaria. Tanto, que este quinteto implacable ha diezmado hasta tal punto las poblaciones que el relevo generacional está prácticamente perdido. El hecho de que la mitad de los infectados sean mujeres que transmiten el VIH a sus hijos augura una catástrofe socioeconómica sin precedentes en estas regiones; y de poco parece estar sirviendo el recurrente lamento de la agencia Onusida en los últimos cinco años sobre incumplimiento de las aportaciones de los estados al Programa Mundial contra la epidemia. Sin embargo, si los grandes retos en la lucha contra el sida siguen siendo un objetivo intangible a fecha de hoy, sí que hay opciones que están al alcance de la mano. En los países subdesarrollados la incapacidad económica para acceder a los fármacos eficaces -que permiten al menos una calidad de vida para los pacientes-, tiene una solución evidente, aunque no por ello menos difícil, que pasaría por un gran acuerdo entre las grandes multinacionales farmacéuticas y la comunidad internacional. Y en el mundo desarrollado, atajar la peligrosa banalización del propio riesgo de la enfermedad.