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OSADÍA. Israel Lancho da un pase con la muleta. / EFE
Sociedad

La última novillada de la fiesta taurina, la más difícil de las tres

Valiente el extremeño Israel Lancho, el más puesto de la terna; desanimado Raúl Cuadrado y voluntarios Medhí Savalli

BARQUERITO/MADRID
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La última de las tres novilladas de San Isidro fue más difícil y menos propicia que cualquiera de las dos previas. Esta fue de santacolomas de Javier Buendía. Bien definidas las hechuras, diversas. En el tipo clásico salieron segundo y tercero de corrida. Los dos que mejor se emplearon y prestaron. Más completo el tercero, que no fue de nota en el caballo pero galopó en banderillas y quiso en la muleta toda las veces. Un punto apagado el noble segundo, que como buen santacoloma protestó en los muletazos por alto y se frenó cuando no vino propiamente enganchado.

Raúl Cuadrado, bien encajado y suelto en lances de recibo con el segundo, no se acopló en faena de muleta de muy corto aliento, a la espera, fría, dubitativa. Muchos tiempos muertos. Se fue una ocasión. El arlesiano Savalli hizo derroche de voluntad con el notable tercero. Lo esperó a porta gayola en saludo de rodillas, lo lanceó bruscamente, lo banderilleó con fantasía y facultades y trató, en fin, de templarlo con la muleta. Muy atrevido el planteamiento de faena, abierta en los medios con cite de largo y cuatro o cinco banderazos. Cuando Savalli quiso torear por abajo, el toro lo vio, le ganó por la mano, lo sorprendió. No hubo quietud ni reposo en un trasteo marcado por la movilidad del novillo. Y por el querer y no poder de Savalli.

El más hecho y puesto de los tres novilleros era sobre el papel y lo fue luego el extremeño Israel Lancho, que mide casi dos metros. Y pareció en un momento dado que hasta más de dos metros porque el primero de lote y corrida, zancudito, fue el más bajo de agujas de los seis. Un novillo de variable conducta: la cara a media altura, salidas distraídas, rácano empleo en el caballo, pies e hilo en banderillas a vivo galope y un son en la muleta muy de Santa Coloma: pronto el toro, pero sin descolgar, y listo para aprender al cuarto muletazo y ponerse entonces pegajoso.

Hay una fórmula para ese tipo de toro: las tandas cortas, desplazarlo, irse de él en los remates. Lancho estuvo valiente. Pero se empeñó en traérselo para dentro y pretendió embraguetarse con él. No funcionó el invento. Se le metió el novillo como picante ratón. Le cortaba el viaje. Fue interesante la pelea. Una tanda final con la zurda fue buena.

A porta gayola

A ese primero lo recibió Israel a porta gayola y al cuarto también. Pero éste se le vino encima tras un amago y le pisó un tobillo. Un esguince. Lancho hubo de colocarse una tobillera, que lucía llamativamente por encima de la media. Cojera tan visible que parecía hasta teatral, un sorprendente brindis al público y, a cara de perro, un cuerpo a cuerpo con ese cuarto, que era ya un toro o lo parecía. Se encajó el torero, pero el toro le obligaba a perder pasos. Con las velocidades cambiadas. Unas veces cojeaba más que otras Israel. En los medios no hubo manera de asentarse del todo. Entre las rayas, sí, y ahí arriesgó el torero casi dramáticamente en arrimón desmesurado, entre pitones, a base de brazos, lazos y trenzas. Solución tan temeraria produjo división de opiniones. Una estocada. Salvador el honor de Lancho.

Complicado por agresivo, el quinto cortó enseguida, rebañó por las dos manos muy revoltosamente y no dejó a Raúl Cuadrado ni asomarse. Savalli volvió a porta gayola en el último turno, libró larga afarolada de rodillas, lanceó a la vieja manera y sobre los pies, banderilleó con pausado acento salvo en un frustrado par al violín. Brindó al público y se metió en proceloso jardín. Faena de saltos y apuros, con el toro avisado enseguida, aire levantado y torero en constante sobresalto. O no tanto porque a todo eso le faltó reposo de plantas. Mansote de fondo, el toro se dejó más de lo que parecía. Savalli tuvo la fortuna de acertar a encajarse de brazos en la pala del pitón en lance peligroso: lo cogió el toro al décimo muletazo. Y no se soltaban. A pesar de que cada uno iba por su lado. No pasó luego mucho más.