Las promesas lavan más blanco
Actualizado: GuardarQuienes escucharon por radio en 1960 el debate entre Nixon y Kennedy, moderado por Walter Cronkite, creyeron que Nixon había ganado. Sin embargo, los que lo vieron por televisión tuvieron la impresión de que el vencedor fue Kennedy. Lo mismo ocurrió en Reino Unido con el de Margaret Thatcher y Neil Kinnock; en Francia, con el de Giscard D'Estaing y Mitterrand; en Italia, con el de Berlusconi y D'Alema; en Alemania con Schröder y Stoiber. En el debate sobre el Estado de la Nación de ayer, los que leyeran la trascripción de los discursos ofrecida por los diarios electrónicos tendrán pocas dudas de que el ganador fue Rajoy. Pero quienes vieran la retrasmisión televisada o los fragmentos que ofrecieron los telediarios asegurarán que el ganador fue Zapatero. No es sólo una cuestión de encanto personal, capacidad de comunicación, fiabilidad. Es que los receptores de los mensajes solemos ser más proclives a encandilarnos con las promesas, por etéreas que sean, que a refocilarnos con las críticas por documentadas que estén.
Zapatero hizo ayer un discurso lleno de promesas: exención de IRPF a la rentas inmobiliarias para alquileres a menores de 35 años; pisos de alquiler para jóvenes; bonificación a los contratos indefinidos; créditos a tipo cero para estudios de postgrado; ayudas para estudios de inglés; elevación del salario mínimo; reducción de la mortalidad en la carretera; modificación del Código Penal para luchar contra el crimen organizado. En cambio Rajoy dijo verdades como puños (terrorismo, seguridad, inmigración, educación, Estatutos, política exterior), que nadie quiere oír. Y las dijo con una crispación poco propicia para concitar adhesiones que no estuvieran ya previamente decantadas. No tuvo en cuenta que la audiencia no era el hemiciclo ni que, a finales del siglo XIX, Gustavo Le Bon ya nos advirtió que «en las arengas destinadas a persuadir a una colectividad se pueden invocar razones, pero antes hay que hacer vibrar sentimientos».