Un impuesto sobre mensajes y e-mails

Un viejo refrán dice que «cuando el diablo no tiene qué hacer, con el rabo mata moscas». Otra versión asegura: «Cuando el diablo no tiene qué hacer, coge la escoba y se pone a barrer». Eso es precisamente lo que les pasa a los desocupados miembros del Parlamento Europeo. Y por eso uno de ellos, Alain Lamassoure, del grupo popular europeo ha tenido la ocurrencia de plantear la posibilidad de gravar con impuestos los correos electrónicos y los mensajes de texto como un modo de financiación para el futuro. Y, naturalmente, se ha constituido un grupo de trabajo entre los ociosos europarlamentarios para estudiar la posibilidad de establecer un «impuesto europeo», de 1,5 céntimos de euro para los SMS y de una cien milésima de euro por cada e-mail, para financiar el presupuesto europeo y hacerlo más independiente de los países miembros. Pero tropieza con el pequeño inconveniente de que son los Parlamentos de los Estados soberanos -y no los representantes de los partidos políticos en una institución, que de momento no es un Estado y carece de Constitución-, los que tienen potestad para imponer tributos. Y, por tanto, son los poderes legislativos de cada país y no el Europarlamento, quienes tienen que decidir lo que pagan sus ciudadanos. Uno de los graffitis más revolucionarios del mayo francés del 68, garabateado cerca del Arco de Triunfo se preguntaba con aparente inocencia: «Si los impuestos vuelven al pueblo, ¿para qué los cobran?». Hoy, justo el día en que una encuesta revela que al año de rechazar la Constitución, hay más franceses que votarían no a la Constitución europea que los que había el 29 de mayo del año pasado, no es el mejor día para proponer impuestos revolucionarios. Aunque sí lo es para recordar aquella otra pintada que decía: «Con impuestos altos se compran votos pero que con impuestos bajos, los votos llegan gratis». ¿Piensa el endiablado diputado francés que las leyes, como los impuestos sobre los mensajes electrónicos son minucias?