La iraquización
Actualizado: GuardarUna multitud de ciudadanos de Kabul, la capital de Afganistán, se dirigió ayer al palacio presidencial y dio gritos de «muerte a América» y «muerte a Karzai» (el jefe de Estado), mientras el personal de la Embajada de Estados Unidos tuvo que ser puesto en lugar seguro tras los tiroteos registrados en sus proximidades. Los graves incidentes se produjeron tras un accidente de tráfico en el que un vehículo norteamericano arrolló y causó la muerte a varios peatones. Los soldados del convoy, que se apearon para prestar ayuda, fueron apedreados y debieron replegarse mientras disparaban para protegerse y causaron varios muertos (entre cuatro, según las versiones más moderadas, y treinta, mencionados por Ariana, la TV privada afgana).
La cólera de los vecinos expresada de modo tan contundente y crudo llega sólo después de que el mando de la coalición reconociera que al menos dieciséis civiles murieron la semana pasada en un ataque aéreo contra posiciones talibán en Helmand, la provincia del sur que escapa en parte al control gubernamental.
Los manifestantes de ayer probablemente no sabían que casi al mismo tiempo que ellos reaccionaban como lo hicieron, unos cincuenta guerrilleros morían también en el sur en otro bombardeo del que no se pueden excluir tampoco daños colaterales: los rebeldes estaban reunidos en una mezquita, dijeron lacónicamente las autoridades sin más precisiones.
La sucesión de incidentes con la llegada del verano, el recurso de los talibanes a procedimientos terroristas clásicos como los coches-bomba y, sobre todo, el atentado-suicida, parecen confirmar un agravamiento de la situación sobre el terreno cuando Estados Unidos ha conseguido que, poco a poco, la OTAN se haga carga de la seguridad y se fundan de hecho las labores propiamente militares de la operación Libertad Duradera (norteamericana) con las de reconstrucción material y mejora de la convivencia (Asistencia a la seguridad) de la Coalición, en la que España aporta una contribución considerable.
Algunos medios atisban ya de manera abierta un escenario degradado que equivaldría a una especie de iraquización del conflicto afgano, que parecía mucho mejor encarrilado y, al fin y al cabo, había puesto en marcha un proceso político-institucional meritorio con diligencia y buen sentido.