Las mejores galas

C ada vez me pasa más. No sé. Serán las señales propias de que vas cumpliendo años, pero hay instantes que por su luz o el olor del ambiente que reina en cada momento, me viene de pronto sensaciones que he vivido hace años. Como si las teorías científicas de los túneles que atraviesan el tiempo se hicieran realidad.

Digo esto porque ayer, aunque no tenía que madrugar, tuve que levantarme rápidamente a cerrar una ventana y entré súbitamente en una de las habitaciones, que dan a la calle. A través del cierro entraba la luz avanzada de las amanecidas de mayo y refrescaba el aire. Ese clima de pronto trajo a mi memoria aquellas mañanas de domingo, vestido con la ropa reservada para las primeras comuniones y para ir de visitas, que nos compraban en el ditero de enfrente de la peña el Maletilla, esperando en la Merced a que me dieran el palermo y recorrer mi barrio.

Recordé cómo mi madre me saludaba desde el balcón cuando pasaba formando en la procesión con el Santísimo y cómo los vecinos sacaban sus mejores colchas para adornar las barandas y cómo, en el empedrado de cantos rodados de Santo Domingo, Mirador, Teniente Andújar..., refrescados a base de cubos de aguas, se mezclaba con los pétalos de geranios, el romero, porque Dios iba por un día a recorrer el barrio de Santa María.

Eran días de caracoles, de tajadas de sandías «¿a lo rico o a lo pobre?», de partidos en el campo hondo, de uniformes de verano de la policía armada, en las que Jesús Sacramentado iba visitando las casas de vecinos del barrio bajo palio, y la gente de Santa María lo recibían con sus mejores galas.