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Unas horas en ese lugar

Auschwitz es un sitio terrible, donde se llega como turista y se sale como persona

I. DOMÍNGUEZ/CRACOVIA
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Antes de llegar, ya da un escalofrío ver las vías del tren, que discurren junto a la carretera, porque se sabe dónde van. Van a Auschwitz, un lugar al que hay que ir, aunque sea una forma extraña de hacer un viaje o programar una jornada. Uno no sabe qué imagina, pero se sorprende de que el entorno sea un lugar bucólico, de praderas y bosques. Chocan las filas de autobuses en el aparcamiento, que haya un bar. La entrada es gratis, y tras caminar cien metros aparece la famosa puerta y lo normal es empezar a sentirse mal. Será una sensación permanente que no ha hecho más que empezar, que luego crece, sin detenerse, hasta formar un abatimiento sordo que dura varios días, con sus noches.

La gente deambula entre los 28 barracones, pequeños museos de diferentes aspectos de la tragedia. Algunos son por nacionalidades, otros puramente informativos. Todos son demoledores y desmantelan de un solo golpe las protecciones de la sensibilidad. Pasillos y pasillos de fotos individuales, de primeros planos de rostros enfrentados a una cámara al llegar al campo. Son expresiones inaprensibles, de miedo, de ingenuidad, de vulnerabilidad. En los hombres hay más orgullo, más fiereza o más abierta desolación. Las mujeres, más desvalidas. Todos abandonados a su suerte, solos en ese recuadro, con un velo de dignidad, y se ve que ya saben todo, porque están mirando al futuro. Al llegar a las fotos de los niños, el turista se convierte definitivamente en persona y comienza a llorar, sin poder evitarlo. Pero después llega un pabellón llamado 'Las Pruebas' y la gente se derrumba, se desliza en un silencio profundo y personal. Estancias enormes llenas de zapatos, de maletas, de prótesis, de muletas, de gafas. Eran de alguien, objetos personales se les llama, pero son de un millón y medio de personas. Auschwitz es como uno, dos campos de fútbol. Pero Birkenau, al lado, son 10 o 20 y supera cualquier capacidad de asimilación. El régimen nazi asesinó a seis millones de personas en cuatro años.

La cámara de gas

Luego, la cámara de gas, el horno. Se siente surgir de forma aplastante, con la fuerza nueva de un descubrimiento atroz, alarmado de haber vivido sin saberlo, el peor de los miedos, el miedo al hombre. Se siente el pesar de tantas ligerezas que se dicen y se oyen sobre los judíos, sobre los nazis. Y la responsabilidad de saber, de informarse, de leer. El pánico y su urgencia se hacen inmediatos al ver a algunas personas que logran mantenerse en su papel de 'visitante'. También eso debe de ser un hombre. Comentan en voz alta, hacen fotos, se mueven con prisa de aquí para allá, guiados por la curiosidad.

No se comprende nada. Es un lugar terrible. Todo el mundo debería ir una vez. Normalmente hace mal tiempo, está nublado, llueve, hay barro. Dicen que en invierno es mucho peor.