El Papa dice en Auschwitz que el Holocausto fue obra de criminales que «abusaron de los alemanes»
Advierte de que «las fuerzas oscuras» emergen de nuevo en la violencia en nombre de Dios y el «cinismo» que lo niega Dice que Hitler quiso «matar a Dios» a través de los judíos
Actualizado: GuardarBenedicto XVI es el primer papa alemán en casi cinco siglos, pero sobre todo es el primero después de Auschwitz. «No podía no venir aquí, debía venir», confesó ayer en el mayor campo de exterminio nazi, que se encuentra en la actual Polonia, a 40 kilómetros de Cracovia. Con ese mismo argumento, el Papa impuso personalmente la visita en el programa del viaje, porque en principio no estaba prevista. Después, se ha convertido en el momento culminante y fundamental de estos cuatro días de viaje que terminaron ayer. Era el que mayor expectación había despertado. Por el gesto, esa imagen de Ratzinger cruzando el umbral del campo, con la famosa frase en alemán que preside la puerta, 'Arbeit macht frei' (El trabajo os hace libres), pero mucho más por lo que diría.
Benedicto XVI dijo acudir a Auschwitz «como hijo del pueblo alemán», y a continuación dio su idea de su propia nación, tan vituperada y avergonzada por la Segunda Guerra Mundial. Sonó como una absolución histórica y desde luego no era exactamente lo que se esperaba. Se trata de un párrafo que merece la pena reproducir completo: «Soy un hijo de ese pueblo sobre el cual un grupo de criminales alcanzó el poder mediante promesas mentirosas, en nombre de proyectos de grandeza, de recuperación del honor de la nación y de su relevancia, con previsiones de bienestar y también con la fuerza del terror y de la intimidación, de forma que nuestro pueblo pudo ser usado y abusado como instrumento de su manía de destrucción y dominio». Un mensaje poderoso, una interpretación concreta de la tragedia, que ayer ya suscitó algún comentario crítico, en un discurso que se recordará en el futuro por éste y otros pasajes. Su objetivo esencial, «implorar la gracia de la reconciliación».
El silencio de Dios
Ratzinger ha sido el primer Papa que ha pronunciado la palabra 'Shoah' -catástrofe en hebreo, término con el que los judíos se refieren al Holocausto- en Auschwitz, algo que ni siquiera Wojtyla hizo, y afirmó que Hitler, a través de la eliminación de los judíos, quería matar a Dios mismo, «el Dios que en el Sinaí estableció los criterios orientativos de la humanidad que son válidos para la eternidad». El joven Ratzinger vivió el Tercer Reich y desde su experiencia, desde lo que vio en su pueblo de la Baviera natal, en su círculo familiar, en su parroquia, en la escuela, lo contempló como una imposición que dividió a los alemanes y fue aceptada con temor por parte de la población. El Papa sabe que los historiadores discrepan sobre el alcance de la responsabilidad colectiva de Alemania, pero él ha señalado de forma clara y arriesgada una opinión que, quizá, pocos como él pueden expresar en voz alta, y además en Auschwitz.
Con 16 años y ante la necesidad de hombres, Ratzinger fue reclutado en la fuerza antiaérea nazi en 1943, combatió en el frente en Austria y, tras la rendición alemana, fue hecho prisionero por soldados estadounidenses y enviado a un campo de concentración. Estos recuerdos y la imponente responsabilidad del lugar habrán pesado en Benedicto XVI, que hizo un discurso largo, denso, íntegramente en italiano. El pontífice, que suele partir en sus discursos de una interrogación racional, de una duda, se preguntó lo mismo que cualquiera en este lugar terrorífico: «¿Dónde estaba Dios en aquellos días?». «No podemos escrutar el secreto de Dios, vemos sólo fragmentos», dijo el Papa con resignación. Su consejo es insistir a Dios «para que no olvide al hombre» y que ese mismo grito «despierte en nosotros su escondida presencia».
Fue una jornada de gran emotividad, que el Papa pasó concentrado, muy serio, seguido a corta distancia por el séquito. Rezó ante el muro donde fueron fusilados miles de prisioneros y allí mismo habló uno por uno con una hilera de supervivientes. Todos tenían algo que decirle. Uno le mostró una foto, con otro se acabó besando, acarició el rostro a una anciana. Ratzinger acabó olvidando el programa, que se demoró más de una hora, y se volcó en los actos previstos.
El momento culminante fue en Birkenau, el gran campo anexo a Auschwitz. Allí rezó en las 22 lápidas colocadas en todas las lenguas de los prisioneros. La última, de hace tres años, es en sefardí, la lengua que conservaron los judíos expulsados de España en 1492. En ese instante, mientras terminaba su oración ante todas las tumbas, se produjo un momento mágico: apareció de improviso un arco iris en el horizonte. Valió más que cualquier discurso y muchos rompieron a llorar.
Luego el Papa tomó la palabra. Advirtió con alarma que hoy «emergen nuevamente las fuerzas oscuras» en el abuso del nombre de Dios para justificar la violencia y «en el cinismo que no conoce a Dios». Contra la manipulación de la figura divina, en clara referencia al integrismo retrógrado y fanático, Ratzinger defendió un «Dios de la razón y el amor». En un final más optimista, cara al futuro, la lectura de Benedicto XVI fue que los millones de muertos del Holocausto «quieren suscitar en nosotros el coraje del bien, de la resistencia contra el mal».