EN FAENA. El profesor imparte la lección ante la atenta mirada de los alumnos. / IVÁN BERNAL
EL PUERTO

Más de sesenta extranjeros aprenden español en los centros de adultos

Cientos de inmigrantes han estudiado el idioma en los últimos cinco años Los estudiantes suelen proceder sobre todo del Magreb y del este de Europa

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¿Qué tienen en común un marroquí, un rumano y un ucraniano? Esta pregunta, que parece el principio de un chiste racista, tiene muy fácil respuesta. Magrebíes, ciudadanos de Europa del este o suramericanos trabajan en la ciudad para intentar construir un futuro mejor lejos de su tierra. Para facilitar su integración cultural y lingüística, más de sesenta inmigrantes aprenden castellano en el centro de adultos La Arboleda Perdida.

Dionisio Rodríguez, profesor del módulo de español para inmigrantes, no era consciente de la tarea que se echó a los hombros a la hora de presentarse voluntario para impartir clases de español para inmigrantes hace ya cinco años.

«Yo siempre había dado clases de alfabetización para adultos. Era una tarea ardua, ya que a las personas mayores les cuesta mucho aprender a leer y escribir. Pero aquello era un juego de niños en comparación con estas clases», sostiene.

Situaciones distintas

Dionisio afirma que tienen «las dos caras de la misma moneda en estas aulas. Por un lado, tenemos gente de Europa del este, normalmente con estudios y que aprenden bastante rápido el castellano. Son gente muy inteligente y aplicada. Pero por el otro, y aquí radica el problema, tenemos inmigrantes, generalmente de África, analfabetos en su propio idioma. Enseñarles español, tanto oral como escrito, es una tarea dura y llena de obstáculos. Algunos ni siquiera saben usar un diccionario», apunta el profesor.

En las clases de nivel básico, la mayoría de las alumnas suelen ser mujeres inmigrantes del Magreb. «Para los hombres suele ser más difícil venir, ya que siempre están trabajando. Muchos no tienen un día libre», puntualiza Dionisio.

Mina Sagel, marroquí de Casablanca, lleva 15 años a caballo entre España e Italia, y es una de las alumnas aventajadas de las clases de español de nivel básico. «Mi hija nació en España y tiene 14 años. Habla español perfectamente. Sin embargo, a mí me cuesta un poco más. De todos modos, estoy aquí porque tengo que aprender español ya sea para entender lo que dicen las cartas o para ir al médico».

Manana Laaroua, otra chica marroquí de Asilah, llegó hace cinco años a la ciudad, contratada como chica de la limpieza. «Cuando llegué no hablaba ni una palabra de español. Sin embargo, tuve que trabajar desde el primer día, así que las instrucciones me las daban por señas. Fue bastante duro», explica Manana.

Para esta joven marroquí, «lo más difícil es la falta de horas. No tengo mucho tiempo libre y eso me impide poder estudiar. De hecho, hay días que trabajo tanto que al final del día, no puedo coger ni un libro del dolor de cabeza que tengo».

De todas formas, los inmigrantes intentan aprender español por todos los medios. Ellos saben que para poder acceder a un trabajo mejor, eje vital de su vida en la ciudad, deben hablar el idioma de una manera fluida. De este modo, muchos de ellos pasan bastante tiempo delante del televisor para intentar aprender.

Para la mayoría de estas personas, el principio de su estancia en España puede ser bastante traumático. Lejos de su familia y amigos, en un país extranjero con diferentes costumbres e incomunicadas por la barrera del lenguaje, este tipo de centros marca la diferencia entre las palabras exclusión e integración.