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EN TODAS. Geijo realizó un partido muy irregular ante los albaceteños. / J. M.
EL SEGUIMIENTO

Dos cañoneros a los que les robaron las balas

Lucas Alcaraz colocaba de inicio a dos puntas natos en detrimento de un hombre que llevará la bola a zona de ataque

SALVA GALVÁN/ENVIADO ESPECIAL A ALBACETE
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La pareja de delanteros no fue la solución. Parecía que estaban cargados de pólvora, que el punto de mira estaba ajustado y que el olfato goleador estaba más desarrollado que nunca. Veína de conseguir un tanto cada uno en Chapín y Lucas pensaba que se podía repetir la historia. Nada más lejos de la realidad. Ni Lekic ni Geijo se encontraron cómodos durante los noventa minutos de juego. Lejos de compenetración, hubo atasco. La conexión danesa-suiza no hizo en ningún momento chispa, y pocos o ningún pase se contabilizaron entre ambos.

Lekic se encuentra muy cómodo en el área. Ese es su hábitad. Lejos de ese rectángulo no encuentra recursos. Ayer le llegaron muy pocos balones a esa zona, y en las pocas ocasiones que tuvo el punta azulino, no estuvo fino.

Primero un remate de cabeza que se va fuera, pues sólo acierta a peinarla cuando lo tenía todo para batir al meta local con si hubiera acertado a endiñar un testarazo, Más tarde un remate en la frontal del área chica que Sanzol repele a bocajarro. El portero del conjunto manchego sacó los puños cuando ya tenía el esférico encima. Poco más aportó el danés, aparte de pugna y galope tras un cuero que pocas veces olió. Lo de la presión no es lo suyo.

El hispanosuizo hizo de Geijo. Cumplió con el trabajo encomendado, pero no logró poner la guinda con un gol que devolviera la confianza a su pandilla. Recibió y controló de espaldas a puerta como suele hacer. Galopó hacia el arco rival, pero no logró batir a Sanzol en ninguno de sus lanzamientos.

Y es que los de los dos puntas es un experimento que no le ha funcionado a Lucas Alcaraz porque fueron escasas las bolas que les llegaban en condiciones. En otras guerras, han contado con el apoyo de un Javier Camuñas que ayer tardó en entrar sobre el terreno de juego.

Cuando lo hizo, ya era demasiado tarde. Todo el pescado estaba vendido y la pólvora, el punto de mira y el olfato estaba muy lejos de los tres palos que ayer defendió Sanzol.