Diferencias claras
Actualizado:SI se estableciera un sosegado intercambio de opiniones entre lingüistas de probada trayectoria doctoral sobre los conceptos 'nación' y 'realidad nacional', es más que probable que tras no pocas aportaciones preciosista sobre la materia y un tiempo de charla plagado de tesis, síntesis y antítesis cruzadas, más las correspondientes generalidades, greguerías, reflexiones inconexas, salidas de madre, fijaciones varias y destellos de precisiones brillantes, la conclusión final sería posiblemente que toda diatriba planteable entre ambos conceptos desemboca en un concepto semántico que parece único.
Es decir, y para que nos entendamos,'nación' y 'realidad nacional' es la misma cosa.
De hecho, los ponentes andaluces, con mayor o menor intuición, decidieron la expresión 'realidad nacional' como sustitutivo de 'nación', más rotundo y definitorio y, por añadidura, más llamativo, políticamente hablando.
Porque, entre otros aspectos, lo que parece que pretendían estos ponentes andaluces es curarse en salud ante la posibilidad futura de que una comunidad autónoma alcanzase ciertos privilegios políticos y de reconocimiento sobre otras sin esa denominación de nación. Y Andalucía contaba, al respecto, con el logro político que supuso el 'sí' del recordado 28 de Febrero.
Presumiendo en positivo que los miembros de la ponencia andaluza de la reforma estatutaria saben de política lo que tienen que saber, por ejemplo, que sin el 28 de Febrero andaluz y el 'café para todos' del año 1978, no es en absoluto descartable que el régimen autonómico del 151 (sólo en principio para las tres nacionalidades históricas), hubiese podido naufragar, ¿por qué, entonces, tanto rechazo sistemático de algunos por una 'realidad nacional' que está obligada a servir de nexo conciliador, otra vez como en 1978 y por lo «exportable» del término, merced al plesbicito del 28F (la legitimidad autonómica total), entre los tres autogobierno históricos y las restantes trece comunidades del Estado?
Tal vez por la dificultad de conciliar los intereses de grupo con los generales y no distinguir el orgullo propio herido con la ausencia de razón. Diferencias claras en la vida civil y radicalmente jeroglíficas en la esfera de la política. Con perdón.