
La naturaleza gana la batalla al almirante
La plaza Topete, más conocida por la abundancia de plantas y flores, es un rincón donde el paladar se toma sus licencias
Actualizado: GuardarEl almirante Topete sublevó a la escuadra fondeada en la Bahía de Cádiz para proclamar la Revolución Gloriosa de 1868, pero no pudo ganar otra batalla en la ciudad 128 años después. Y es que la plaza Topete siempre será conocida en Cádiz como plaza de las Flores, por más carteles que pongan en las cuatro esquinas.
Es más, el hombre que pasó a la Historia, entre otras cosas, por aquel grito («¿Viva España con honra!») que mandó al exilio a Isabel II, no tiene ni siquiera el derecho a estar representado en la estatua para afianzar su posición en la plaza. La imagen en mármol es la de Lucio Junio Moderato Columela, gaditano y príncipe de los escritores de agricultura, para más señas.
Así que en la plaza de las Flores sucede como en muchos otros lugares del mundo: el uso y la costumbre ha triunfado sobre la imposición de las autoridades y hoy este lugar es uno de los rincones de la ciudad más agradables y transitados.
Pero la plaza ha cambiado mucho hasta llegar a este estado. Carmen Pecino ha sido testigo de esta transformación, desde su puesto de venta de flores. «Por aquí antes pasaban los coches de caballos y también los de gasolina; luego ya la hicieron peatonal». Carmen lleva tres décadas vendiendo flores, pero antes los puestos, que eran desmontables, tenían un poco de todo: frutos secos, encajes, pañuelos, coladores... Eso sí, «todo muy bueno», subraya esta mujer ataviada con su mandil blanco y sus gafas de sol.
La venta de las plantas y las flores en la plaza Topete es casi un negocio familiar, ya que los seis hermanos de la familia Pecino se dedican a ello. Un séptimo, Manuel, ya fallecido, también era conocido por haber ayudado a mucha gente que lo necesitaba. «Él se ponía aquí, con un altavoz y pedía para el que le hacía falta», recuerda Carmen, emocionada. En el puesto de enfrente, su hermana Mercedes proclama orgullosa que fue la primera que empezó a vender flores hace «treinta y tantos años». Mercedes está contenta con los cambios que se han operado en la plaza en los últimos años: «La alcaldesa se ha portado muy bien con nosotros», dice sin empacho.
Pero el público, además de para comprar flores, también se acerca a la plaza por muchos buenos motivos, todos relacionados con darle buena vida al paladar. En La Marina, los churros y el chocolate atraen a decenas de personas cada día. Detrás de la barra, Luis Miguel Salagaray lo corrobora: «Hasta de Madrid vienen preguntando por ellos». El local está abierto desde 1972 y el secreto de su plato estrella no es otro que «una elaboración con mucho cariño». «Los extranjeros flipan», apostilla Luis Miguel, que lleva un año y medio trabajando en La Marina.
La única queja que tienen aquí son «las peleas de algunos indigentes» que se han mudado para la plaza después de que vallaran la de Guerra Jiménez.
Otro de los olores que atrae a la gente casi casi desde la plaza San Juan de Dios es el de la freiduría Las Flores, casi siempre llena y donde se puede optar por disfrutar del pescaíto frito a la sombra de su terraza perenne o llevárselo a casa en el tradicional cucurucho para ir provocando desmayos cuando el hambre hace estragos a mediodía. El encargado de este bar-restaurante, Ricardo Rueda, resume el éxito en una fórmula sencilla en apariencia: buen aceite de oliva virgen extra a la temperatura adecuada y harina de sémola de trigo. De ahí se entiende que los domingos la gente literalmente se dé codazos para conseguir el cazón en adobo, los chocos, la pescadilla, las huevas o sus famosas gambas fritas.
Testigo de los avatares de esta tradicional freiduría ha sido Manuel Lois, que lleva cerca de veinte años vendiendo aceitunas y otros encurtidos en un puesto al aire libre. Manuel, jubilado de Astilleros, se queja de que este mes de mayo es uno de los más malos: «Entre los caracoles y las comuniones no se vende mucho», comenta.
Sin embargo, no todos son negocios tradicionales y con décadas a las espaldas. Conservas y Salazones La Barbateña abrió sus puertas hace muy poco y no se quejan de cómo les ha ido. Dentro, con una decoración que llama la atención basada en la madera y los detalles naúticos, Rosa Pérez explica que lo más solicitado por el turismo nacional y el italiano son las conservas, mientras los anglosajones y el resto de los europeos se decantan por el vino de la provincia, de Jerez y Vejer, fundamentalmente. Los productos vienen de Barbate y además de las famosas conservas de atún, también tienen miel, aceite de la sierra y artesanía.
Si hay que tomarse un respiro -también gastrónomico- en esta ruta por la plaza de las Flores, una buena propuesta son los postres de la Heladería Andalucía. Juan Sánchez, el encargado, lleva trabajando allí 31 años. «Entré con 15», explica con orgullo. El establecimiento lleva cerca de seis décadas proporcionando agradables calorías con sus generosos helados que disfrutan locales y foráneos. Aunque hay mucho más que eso: el surtido de pescado y los platos combinados también tienen mucho éxito.
El edificio de Correos, que se levanta imponente al fondo de la plaza, tampoco pasa desapercibido. Para aquéllos que vivieron los años terribles de la guerra y la posguerra, este inmueble es un símbolo. Allí se encerraron y resistieron las autoridades republicanas cuando los nacionales arribaron a la ciudad. Hoy muy pocos lo recuerdan y las oficinas registran una incesante actividad de gente que entra y sale pendiente del papeleo de turno.
En medio del ir y venir, en la plaza de Las Flores -que casi ya no se acuerda del aliado de los generales Prim y Serrano- cualquiera puede olvidar levantar la vista y contemplar sus edificios. Pero al hacerlo, destaca en lo alto de la finca del bazar La Paloma una gran bandera multicolor símbolo de los derechos de los gays con la palabra pace impresa. Luego, cada uno lo interpretará como quiera.