Cuidados paliativos
Actualizado: GuardarDe la misma manera que en los hospitales se han generalizado las unidades de cuidados paliativos, constituidas por especialistas que atenúan los dolores del cuerpo, mitigan los sufrimientos del espíritu de los enfermos terminales y suavizan los angustiosos interrogantes de las familias que los acompañan, en los momentos actuales nos vendría muy bien contar con la ayuda de unos profesionales cualificados que rebajen las ansiedades que nos provocan esos salvadores que hacen ventajosos negocios sembrando temores y abrumándonos con amenazas permanentes.
El miedo que, como sabemos, es una reacción normal de defensa de todos los seres vivos -un mecanismo de supervivencia y una herramienta de autoprotección que estimula la adaptación al medio, siempre hostil, en el que vivimos-, algunos habilidosos lo estimulan y lo aumentan de manera interesada con el fin de que aceptemos los salvavidas que nos ofrecen: son los que rentabilizan nuestros temores animándonos para que adquiramos sus infalibles productos de seguridad o que, confiados, nos entreguemos a sus manos protectoras.
Ya sabemos que cierto grado de temor es un factor eficaz que nos mantiene alerta ante la posibilidad de riesgos de eventuales pérdidas de bienes o de potenciales percances vitales. La elemental prudencia nos aconseja que seamos prevenidos y que, en la medida de lo posible, tratemos de abastecernos de los remedios oportunos, pero también hemos de ser cautos y evitar caer en las mallas de esos pillos profesionales que pretenden sacar rentabilidad económica, política o social asustándonos con amenazantes anuncios de peligros inminentes y de calamidades cercanas.
Si, por ejemplo, fijamos nuestra atención en las estrategias de los políticos -de uno y de otro signo-, podremos comprobar cómo se aprovechan intensificando nuestra natural vulnerabilidad e incertidumbre, salpicando sus respectivos discursos con pronósticos sombríos sobre la economía, el terrorismo, la delincuencia, la emigración, la sequía, los accidentes de tráfico, el sida, el alcoholismo, la droga, las guerras, los cataclismos, la desertización, los terremotos o las inundaciones, con el fin de mantenernos permanentemente en vilo y dispuestos a aceptar sus propuestas. Fíjense cómo nos aseguran que ellos -unos y otros-, tienen las soluciones adecuadas para todo tipo de riesgos y cómo nos piden que, confiados, depositemos nuestra confianza en sus promesas.
En la actualidad -quizás más que en otros tiempos-, nos vendría muy bien la compañía de especialistas en cuidados paliativos, de hombres y de mujeres que, desinteresados, libres, equilibrados y prudentes, sin pedirnos nada a cambio -ni nuestro dinero ni nuestra voluntad-, nos ayuden a dominar el horror ante lo desconocido, transmitiéndonos mensajes tranquilizadores: que nos cuenten, con delicadeza, con objetividad y con generosidad, los riesgos que nos acechan, pero que no se aprovechen de nuestros temores.
Si antes nos asustaban con el horror al infierno -y después con el miedo cósmico a las catástrofes naturales-, ahora nos espantan con el temor oficial que, aunque se apoya en las amenazas reales a la seguridad personal, familiar y social, lo agrandan y avivan artificialmente con el fin de mantener y de aumentar la confianza de los ciudadanos. Fíjense, por ejemplo, cómo las autoridades norteamericanas continúan repitiendo monótonamente que es inminente otro ataque como el del once de septiembre, aunque no digan cuándo, dónde ni cómo sucederá.