Cartas de la cadena
Actualizado: GuardarTal vez sería mejor hablar, hoy en día y con las modernidades que gastamos, de e-mails de la cadena, en lugar de aquellas antiguas cartas que se enviaban con una amenaza y un sello en su interior. La ola de superstición debe propagarse, y al compás de un «por si acaso», los buzones se van llenando de mezquindad impresa.
Odio, y he escrito esta palabra con todas sus letras bien claritas, odio que la gente me envíe esos dichosos mails que se supone que tengo que reenviar inmediatamente so pena de padecer en mis propias carnes las siete plagas de Egipto (seguro que las recuerdan, salen en la peli Los diez mandamientos de Charlton Heston).
He llegado, en mi cruzada contra esta difusión supina o bovina de idiotez y superchería, a amenazar a algunos amigos con expulsarlos de mi lista de correo cibernáutico, si persistían en acribillarme diariamente con la frasecilla «mande este mensaje a X personas (póngase en lugar de la 'X' el número de sujetos a los que se debe molestar) o sus deseos no se cumplirán jamás», de los jamases, digo yo, y vagará llorando por las esquinas como una dolorosa puesta hasta arriba de speed. También me he tomado la libertad de mandar directamente a paseo a desconocidos que han tenido la mala suerte de incluir mi dirección electrónica entre las afortunadas que debían recibir sus falsarios tantras budistas preñados de sandeces.
Les animo a tentar, no, a desafiar miedos y malos augurios, y a no reproducir la pusilánime fórmula del «por si acaso». Puestos a enviar chorradas, mejor manden a sus amigos archivos mp3 con las últimas canciones de La Terremoto de Alcorcón, seguro que se reirán a gusto.