Castella corta la oreja más difícil
Otra exhibición escalofriante del torero francés, de formidable valor
Actualizado: GuardarLa primera mitad de corrida fue de bronca sorda y montante. El primer toro de Valdefresno salió muy flojito. En los medios lo sujetó y fijó Castella. Pese a las protestas por frágil, el toro pasó a la muleta. La tomó con nobleza, pero sin pasar.
Estaban embroncaditos los que más chillan en la plaza. Apuntaba a Castella, el torero que más sombra ha hecho a Rincón o El Cid, los dos consentidos del sector que contra todos los demás tanto patalea. Castella se trajo al toro en estatuarios marcados, lo condujo por los dos lados, le resistió sin pestañear.
Cuando Castella empezó a dibujar con la izquierda, arreciaron las protestas. No fue faena de estallar, porque faltó toro, pero no había razón para tan agresiva descortesía. El esfuerzo de Castella fue muy generoso. Una estocada desprendida. Ni una palma. ¿Viva Madrid!.
El clima empeoró durante la lidia de segundo y tercero. Al segundo, le dedicaron algún miau. No tenía fuerza. Sí bondad. Serafín Marín lo manejó con delicadeza. El tercero, grandullón echó una mano como si la perdiera, pero en el caballo sacó el estilo del encaste y de un solo golpe de cuello hizo rodar por el suelo a caballo y picador, romaneó en el segundo puyazo. En banderillas era épica. Se levantó viento, el toro se vino rebrincado y adelantado por la mano del calambre y Perera abrevió.
Traza de buque
La segunda parte fue otra cosa. Con un cuarto que tuvo traza de buque volvió a dar la gran campanada Castella. Con el toro recién dolido de varas y banderillas, Castella se plantó en los medios. Sobre la perezosa galopada que el toro se pegó, libró un cambiado por la espalda de escalofrío. Y luego otro igual. Y luego, una trenza cara de toreo por abajo. El ajuste de los dos cambiados provocó alaridos.
Lo que siguió fue de más sosiego pero no menos valor. Castella apostó por el toro, le midió las querencias, el ritmo de embestida y hasta las renuncias, se cruzó lo justo, le obligó sólo lo suficiente, se lo trajo empapado, le dio aire cuando el toro pidió árnica. Y cuando quiso irse, lo sujetó a toques. A tenaza lo fue convenciendo. De este toro sí podrá decirse que no se le quedó dentro ni un solo muletazo.
De tantos como hubo, el más bello fue una trinchera dibujada de improviso: se iba Castella a buscar la espada de acero, el toro se le vino detrás al paso sin percatarse el torero y, entonces, cuando fue avisado, Castella le dibujó ese trincherazo de recurso. Castella se puso a pegar manoletinas de las de muy cerquita y, al fin, a toro rendido, cobró con fe una gran estocada que tiró sin puntilla al toro. Una oreja.
Después el espectáculo volvió a caerse. El quinto fue amenaza constante de irse al suelo. Marín lo trató con más exquisitez. Pero el son desganado del toro no invitaban a nada. Menos después del catártico trago del cuarto. El sexto se devolvió. Un sobrero de Las Ramblas pareció moverse mucho. Perera decidió someterlo. El toro se molestó y se acabó de pronto.