Sonata a dos voces
El poeta asturiano Ángel González participó ayer en los Encuentros Literarios de la Universidad de Cádiz
Actualizado:Una sonata a cuatro tiempos». Así definió el presentador, Jesús Fernández Palacios, el encuentro literario que tuvo lugar ayer en el rectorado de la Universidad de Cádiz. Y resultó una sonata a dos voces entre dos poetas. Una, la que mandó como merecía la ocasión, la del poeta Ángel González. Él fue el violonchelo: voz grave a tiempos, como la tuberculosis que le encaminó a los versos, rotunda punto suave y de abuelo, en algunas ocasiones, lejana de historias de marineros otras, maternal como de nana e hilada siempre por su tempo de poeta y sinuosas eses de sabio afable.
La otra, la de Fernández Palacios, que fue voz de violín más aguda, certera, discreta y oportuna con pizzicatos de ingenio, también ejerció de compositor y guió, ante medio centenar de personas que abarrotaron el auditorio, la pieza a cuatro tiempos: vida, poesía, música y tiempo.
Pese a que los temas en su poética están «imbricados unos en otros», el primer tiempo sonaron ecos de la vida anónima del Premio Príncipe de Asturias en su Oviedo natal en el que hizo su aparición en 1925. «Una ciudad pequeña en la que entraba el campo, con vacas pastando frente a una casa en la que había algunos libros». Una vez fallecido su padre, allí se crió con su madre, «que temía los truenos, el viento huracanado y las guerras lejanas». González duda de sus poemas autobiográficos. «Al principio creía que era yo el que hablaba, pero con el tiempo comprendí que era un personaje de ficción al que le pasan las cosas que me pasan a mí y que sus tías se llaman como las mías. Pero no soy yo».
Poeta por enfermo
El segundo tiempo, poesía, arrancó con el comienzo de Ángel González en los versos, enfermo de tuberculosis en un pueblecito de las montañas de Asturias con 18 años. «Es una enfermedad recomendable -bromeó-. Solamente da unas décimas de fiebre por la tarde y el resto del tiempo, no puedes hacer nada. Te obligan a no hacer nada, es decir, el ocio total y justificado». De aquellas horas muertas surgió la lectura poética. «Los libros eran un bien escaso. Me mandaban novelas, pero prefería poesía. La novela cuando se acaba, se acaba, pero la poesía se puede y se debe releer una y otra vez». Así, durante años leyó y releyó a Alberti, Lorca, Juan Ramón, y se lanzó a escribir.
Sin embargo, hasta 11 años después no publicó ni una línea. «No me atrevía a considerarme poeta. Pese a mi juventud ya tenía ese punto de escepticismo, que era, al fin y al cabo, el miedo a una enorme desilusión». Con el retorno a la vida normal y la carrera de Derecho, seguía escribiendo y acabó convenciéndose: «Esa insistencia significaba algo», explicó.
Desde entonces dio al mundo una obra breve como muchos de sus compañeros de la Generación de los 50. De las características de su poética, Fernández Palacios destacó la ironía que, según González, refleja «un mundo ambiguo en el que una cosa es una cosas y también la contraria».
El tercer tiempo fue música, «que es una poesía que no se entiende, que nos puede poner en contacto con la divinidad, con lo inefable, con Dios», dijo el poeta, que aprendió guitarra de un capitán de la legión. Por último, tiempo, ese monstruo que como Cronos, «nos hace grandes y luego nos ataca y nos termina por devorar». El público presente no dio tiempo a los aplausos tras la sonata para convertirse ellos mismos en orquesta de un animado coloquio que puso fin al concierto de la poesía.