«La literatura ha enriquecido el amor»
El autor hispano-peruano publica 'Travesuras de la niña mala', un relato de «amor contemporáneo» en el que trata de eludir el mito romántico
Actualizado: GuardarMario Vargas Llosa (Arequipa, 1936) ha escrito la más intensa historia de amor de su carrera literaria. Travesuras de la niña mala (Alfaguara) es el relato de una pasión interrumpida y devastadora que se extiende a lo largo de cuarenta años. Un novela sobre un amor contemporáneo, dice su autor, que tiene no poco de nostalgia de una época histórica, y en la que Vargas Llosa ha querido eludir los mitos tejidos por el romanticismo. El escritor hispano-peruano asegura que nada ha hecho más por la literatura que el amor, pero ésa es también una relación recíproca, porque como dice en esta entrevista -mantenida apenas unas horas después de que llegara a Madrid para presentar en público su novela-, el amor sin la literatura sería irreconocible.
-La novela aparece justo cuando usted acaba de cumplir 70 años y es el relato de una historia de amor ambientada en ciudades europeas en las que vivió. ¿Ha hecho un ejercicio de nostalgia?
-Aunque la novela no es autobiográfica sí lo es en cierta forma el escenario en que ocurre, un escenario cambiante de ciudades en las que he vivido y en las épocas en las que yo estaba allí. Así que algo de nostalgia sobre esa época y esos lugares se ha filtrado en ella. Por otra parte, en estos 40 ó 50 años el mundo ha cambiado más que en centenares de años anteriores, no sólo por los grandes adelantos científicos y tecnológicos, sino también porque el cambio en las costumbres y la mentalidad ha sido extraordinario, y algo de eso trato yo de describir como telón de fondo.
-Unos años que, según la dedicatoria de la novela, fueron «heróicos». ¿Echa en falta algo de entonces?, ¿daría algo por volver a esos años, aunque fuera de forma temporal?
-Yo no vivo mirando al pasado, porque uno se convierte en una estatua de sal si lo hace. Acepto la vida con lo que tiene, y ello supone que el tiempo pasa y lo que queda atrás allí está, aunque también es cierto que no es totalmente irrecuperable, porque uno lo tiene en la memoria y lo lleva en la experiencia acumulada. No soy de quienes piensan que cualquier tiempo pasado fue mejor. No es cierto. Hay muchísimas cosas que andan mal en este tiempo, pero probablemente es muy cierto lo que dijo Popper aquí en España, en su última visita poco antes de morir: que nunca como ahora la Humanidad ha tenido tantos instrumentos de todo tipo para combatir con eficacia los grandes demonios: la ignorancia, el hambre, la opresión, la explotación...
-En París, según dice el narrador, vivían muchos latinoamericanos pintores que no pintaban, escritores que no escribían y revolucionarios que no hacían ninguna revolución.
-Me refiero a una generación de latinoamericanos que habían hecho su gran viaje a París, y que en su mayor parte habían naufragado en sus sueños. Lo describo en la novela con mucha fantasía, pero también con fidelidad y hasta con un cierto cariño, porque es un mundo del que yo formé parte.
-Pero allí se juntó la mejor generación de escritores en español que se ha dado nunca...
-También eso es cierto. Y tengo que señalar otro aspecto: yo descubrí la literatura latinoamericana en Europa. Aún más: casi descubrí América Latina en Europa. Hasta que vine aquí yo no pensaba mucho en América Latina como una comunidad y apenas había leído a escritores de otros países porque no circulaban sus libros. Yo los leí casi al mismo tiempo que muchos europeos descubrían que en la región no sólo se hacían revoluciones sino también una literatura interesante y novedosa.
-Da la impresión de que también ha querido homenajear a los editores que descubrieron a esa generación. Uno de ellos, Mario Muchnik, está muy presente en el libro.
-Le pedí permiso para secuestrarlo y meterlo en la novela porque efectivamente es una figura a caballo entre América Latina y España, y desde que empezó como editor tuvo un papel cultural esencial. A eso contribuyeron muchos editores. Carlos Barral fue el pionero, pero Muchnik fue muy importante en ese acercamiento, con una política sensata, que es la de considerar una sola comunidad cultural a España y América Latina.
El mito romántico
-Hablemos de amor. Uno de sus personajes dice que hay que acabar con el amor romántico, porque es el que hace sufrir. Pero ¿qué sería de la literatura sin el amor romántico?
-Quedaría muy maltrecha y enflaquecida. Ha sido el tema recurrente desde sus inicios, el que la ha alimentado y embellecido, y viceversa. Sin la literatura, el amor sería mucho más pobre. La literatura ha contribuido más que ninguna otra cosa a enriquecerlo de rituales y matices; ha creado un vocabulario, una mitología en torno a él. Ahora bien, hoy es muy difícil contar una historia de amor, porque como es un tema que ha dado origen a tantas obras literarias muy ricas, muy fácilmente se cae en el lugar común, en lo manoseado y consabido aunque en la práctica el amor no responde en absoluto a lo que era el modelo romántico. En mi novela yo he querido mostrar con caracteres más realistas un amor contemporáneo despojado en cierta forma de todo ese bagaje retórico, lo cual no le priva de intensidad ni de exaltación.
-Es también una historia de amistad, porque los amigos salvan al narrador en varias ocasiones. ¿Son la amistad y el amor los temas ineludibles de cualquier novela?
-Son temas que están siempre ahí, aunque sea en segundo plano. La novela es un género que describe las relaciones humanas, y es imposible que en ella no aparezcan esas dos formas privilegiadas de relación.
-¿Hay que haber leído mucho y tenido numerosas vivencias para escribir una historia de amor con esa intensidad?
-Probablemente no la habría podido escribir, o no de esta forma, a los 40 años. Detrás hay mucha experiencia acumulada, muchas vivencias... Por otra parte, la vida de los protagonistas está muy sumergida en acontecimientos que tienen un efecto importante sobre ellos, y de alguna manera hay que haber experimentado lo que fueron esos enormes cambios de valores y costumbres que se dieron en Europa para poder escribir acerca de eso.
-En el caso concreto de una historia de amor, ¿qué cambios se observan entre un escritor de 30 años y uno de 70?
-No podría citar ejemplos, pero tengo la impresión de que, cuando uno ha vivido lo que alguien de mi generación en todos los ámbitos, se acumulan experiencias y gracias a eso se enriquece una visión del mundo, que se hace más profunda y quizá menos intensa, no lo sé. Cuando alguien es muy joven, muchas veces no sabe lo que tiene entre manos y lo que puede perder. En la distancia eso se ve mucho más claro. A cambio, en la juventud hay una inocencia, una ilusión que quizá desaparece con los años y la experiencia, o al menos se empobrece.
-¿Cómo se construye un personaje femenino tan complejo? Seguro que alguna vez ha oído a alguna escritora decir que un hombre no puede llegar a comprender con facilidad el alma de una mujer...
-Tengo las mismas dificultades con los personajes femeninos que con los masculinos. Estoy casi completamente convencido de que los personajes, aunque partan siempre de algún modelo, tienen más de invención que de memoria. Los modelos quedan muy transformados cuando se plasman en literatura, cuando todo se convierte en un mundo de palabras. El factor invención es el que prevalece.
Política y 'boom'
-El trasfondo político de la novela es muy significativo. ¿Es su vocación política, que está siempre ahí?
-Aparece porque es el trasfondo real de esos años. París era el gran centro ideológico, donde llegaban las ideas y se articulaban en ideologías. Una época extinta, pero que en los sesenta tuvo una enorme influencia. Luego, en los setenta, Londres se convierte en el imán de esos jóvenes que aspiran a una vida distinta, hecha de música, de sensualidad; que plantea también un cuestionamiento profundo de los valores, pero desde una forma diferente: es una revolución que tiene que ver más con la marihuana que con el marxismo, más con la música que con las ideologías. También esos cambios dejaron huella en el mundo entero. Ese contexto me parece indispensable para definir el destino de esos dos personajes.
-En esta novela también ha recurrido al lenguaje local de Perú, después de haber usado un castellano mucho más clásico en las dos anteriores. ¿Se siente más cómodo en ese registro?
-Es una historia que requiere ser contada en una vena más ligera, aunque haya momentos de mucho dramatismo. Además, ellos tienen encima el lenguaje con el que han crecido, con el que se han formado. ¿Más cómodo? Depende de la historia: algunas reclaman un lenguaje algo más neutral, y otras un sabor local. Pero de todas formas, siempre me ha molestado el exceso de elementos locales, la literatura folclórica.
-Su novela está ambientada en los años del boom, del que usted es el miembro más joven. ¿Qué juicio le merece cuatro décadas después?
-El fenómeno consistió sobre todo en una literatura que estaba muy aprisionada en su propio mundo, de pronto fue aceptada y reconocida fuera de sus fronteras. Sirvió para abrir puertas que han seguido abiertas y ha hecho también que surjan vocaciones de muchos jóvenes escritores. Antes la literatura parecía allí al margen de la vida de los países. Ahora ya no es así.
-Pero en cambio los jóvenes autores latinoamericanos parecen empeñados en demostrar que se alejan de las pautas del boom.
-Es lo normal. Los jóvenes tienen que matar al padre para darse a conocer. Y es cierto que lo que hacen es bastante diferente. Los autores del boom pensaban, pensábamos, que escribían para la posteridad. Hoy la posteridad les importa un bledo, así que escriben para el presente y sobre todo para tener éxito, cosa que me parece muy bien. La idea de la literatura también es hoy mucho menos romántica que antes.