TRIUNFADOR. El Cid sale a hombros por la Puerta Grande. / EFE
FERIA DE SAN ISIDRO

El Cid, a hombros, El Juli casi

Público incondicional con el primero, que se lleva a los dos mejores toros, mientras el segundo firma una faena de gran autoridad

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Hubo cuatro peticiones de oreja, se dieron tres y con dos de ellas, una a una, se abrió para El Cid la puerta grande. Para premiar la primera faena de de El Juli hubo sonora y visible petición de una segunda oreja. Más nutrida esa reclamación que la de la oreja que El Cid cortó al tercero de Alcurrucén, que fue el mejor de la corrida con mucha diferencia. Para asombro de no pocos, la demanda de oreja para premiar a El Cid en el sexto fue suficiente. De una generosidad sin límites.

Se intuía que iba a ser corrida de triunfos. Porque toreaban los dos consentidos de los que gobiernan el ambiente de las Ventas, Rincón y El Cid; y porque los toros los traían los apoderados de Rincón y descubridores de El Cid, y además, ganaderos de los buenos, que son los hermanos Lozano. Se cumplió la intuición pero no por su orden. Dos de los seis toros de Alcurrucén dieron en la muleta juego sobresaliente. Los dos, en el lote de El Cid. El tercero fue extraordinario. El sexto, que se huyó en varas, sacó entrega, fijeza, nobleza y recorrido. No el son tan fuera de lo común del tercero. Con los dos se entregó aparatosa y desigualmente El Cid. No tanto El Cid con los toros como la plaza con El Cid.

O los que vuelcan la plaza, que hacen ruido y bulto suficientes como para inclinar la balanza cuando sea. La toma de partido por El Cid tuvo dos caras: una, el entusiasmo para corear incluso trances apurados. Desairados y hasta opacos; otra, el callarse y punto en boca para no reventar al torero de Salteras en cualquiera de sus renuncios y errores, que fueron menos que los aciertos en la primera faena pero casi tantos o más en la segunda. En su papel de consentido, que es el término con que en la Plaza México se llama al torero mimado, debió de sentirse El Cid lanzado como nunca.

Si las faenas se midieran por el ruido que provocan, estas dos de El Cid pasarían a la historia de los grandes acontecimientos taurinos. Pero ninguna de las dos resistió en directo la prueba. Con alma, El Juli acababa de torear cumplida, perfecta y científicamente un buen sobrero de Ana María Bohórquez y cuando apareció El Cid en la escena su mucha gente, que es en parte la misma que por sistema revienta a El Juli, se remangó y al tajo. Fue transparente el trabajo primero de El Juli, que llegó a torear a cámara lenta, ligó tandas de hasta cinco, se puso por las dos manos y por las dos embraguetado, y remató faena con inspirado toreo a dos manos pasándose el toro por la faja.

Fue faena intensa y tal vez se quedara corta. El toro, domado a placer, habría admitido una o dos tandas más, y entonces habría acabado de reventar la cosa. La petición de segunda oreja fue denegada severamente. La animosidad contra El Juli está tan interiorizada y asumida que el alguacilillo de turno se olvidó de cortar la oreja concedida y hubo que cortarla en el desolladero y traerla desde allí. Fue una de tantas faenas buenas de El Juli. La más redonda y plácida de las últimas suyas en Madrid. Pero ni la mejor de las suyas de este año ni de los previos. Dejaron a El Juli torear, que no fue poco. El quinto alcurrucén se desinfló antes del caballo y se defendió y metió en la muleta. El Juli lo tumbó sin puntilla de estocada extraordinaria.

Pinchazo y estocada

El Cid brindó desde los medios el tercero de corrida y ahí mismo lo citó de largo con la zurda y lo esperó y medio aguantó sin encajarse. En cuclillas largó el viaje, donde se cantó prístina la nobleza del toro. Encogido, descolocado y desmañado, libró El Cid otros tres viajes más. Amenazaba ruina, pero El Cid tuvo la ocurrencia de citar a la distancia cambiando sentidos. Él, en rayas; el toro, casi en los medios. Y se le vino descolgado y suave, pesando. Ligó entonces El Cid la primera tanda de tres y el de pecho. Las tres virtudes de una faena más desordenada que improvisada fueron, primero, la limpieza de los muletazos, la ambición del torero y, a pesar de todo, el sentido de terrenos y distancias. Dar aire al toro.

Fueron los menos los muletazos hacia dentro y más los dibujados en línea, faltó ligazón acorde con el temple del toro, pero hubo ese ritmo que supieron generar la gente, el toro y los brazos del torero, vertical en los momentos precisos y seguro al final, cuando sus banderilleros fuera del burladero le reclamaban que entrara a matar. Un pinchazo, una estocada muy caída y un capotazo de un banderillero para tumbar al toro a traición. Buen triunfo.

No tanto el del sexto toro, de cuyas calidades no se había percibido todo el mundo. Sí El Cid, que estuvo desde el principio fuera de raya, sin llegar a asentarse, perdiendo pasos, talonando exageradamente, librando al toro a veces a latigazos, tomándolo exageradamente por el pico de la muleta, sin someterlo. Pero resistiendo como un titán mientras los bramidos de muchos saludaban la faena como el segundo o tercer acontecimiento de la tarde mayor de San Isidro. En ella apenas contó Rincón, muy inseguro con un primer toro violento pero potable, y decidido, firme y bravo pero no brillante con un cuarto de enorme caja, muy noble pero incorregiblemente distraído.