Un activo llamado tiempo libre
Actualizado:La sociedad española se ha vuelto menos previsora y más hedonista, más consciente de que el secreto está en trabajar para vivir y no, como nos habían enseñado, en vivir para trabajar. Ahora la gente se va los a Paradores o a las casas rurales cada vez que cae un puente; paga a plazos las compras con la tarjeta de crédito; llena los restaurantes o se dedica al bricolaje los fines de semana: se ha dado cuenta de que la medicina está añadiendo años a la vida pero que disfrutar del tiempo libre es lo único que puede añadir vida a los años.
Durante casi tres décadas el español medio había identificado los conceptos status económico y calidad de vida. Entendía que el bienestar era trabajar en tres sitios, poseer un coche más grande, empeñarse para comprar una parcela para el chalecito en el campo. Los más previsores se mataban, además, para comprar matildes, llevar los niños a un colegio caro y hacerse un seguro de vida revalorizable. Pero, en los últimos años, la gente ha empezado a comprender que el tiempo libre es un bien más reconfortante que una cartilla de ahorros; que el ocio compensa más que el sobresueldo; que la compañía de la familia y los amigos es más enriquecedora que el nivel social conseguido a golpe de pluriempleo y horas extraordinarias. Algo han influido en el cambio las sucesivas crisis económicas que han anticipado jubilaciones, las leyes que han hecho más compatibles la vida laboral y familiar, la razonable mejora de salarios y pensiones. Pero lo fundamental ha sido que los bajos tipos de interés no compensan el ahorro.
Mientras la rentabilidad de las inversiones sea inferior a la inflación venderemos lo que tenemos en Bolsa en cuanto nos entre el yuyu y pediremos créditos para comprar viviendas, automóviles y televisores de plasma. Aunque el FMI, la OCDE y el Banco de España nos digan que estamos demasiado endeudados. Lo que hacemos es comprar lugar y tiempo para vivir antes de que sea demasiado caro o tarde.