«Carantoñas»
Actualizado:Entre todas las definiciones que conozco sobre la política, la que más me ha sorprendido siempre es que es «el arte de la simulación para hacer creer que es cierto lo que en el fondo es cierto». No recuerdo a quién atribuírsela, si quieren que les diga toda la verdad, pero se me vino a la cabeza en estas horas al contemplar las carantoñas que se hacían Pasqual Maragall y Zapatero en el mítin que, en Gerona, inauguraba la campaña ante el referéndum del Estatut catalán del 18 de junio. Pocas gentes más distantes que las que se sentaban en la primera fila del mítin gerundense: Zapatero está empeñado en que Maragall no repita como candidato, y andan pensando, como solución de recambio, que no de entusiasmo, en José Montilla, ministro de Industria y secretario general del PSC, que son cargos difícilmente compatibles. Lo que aún no está tan claro es si Maragall se ha resignado del todo a que lo coloquen en el altar de los héroes del pasado, junto a Tarradellas, Pujol y quién sabe si también Companys, en beneficio de quien ahora ejerce como líder de la oposición, el convergente Artur Mas.
Estas carantoñas entre Zapatero y Maragall, ante la inescrutable mirada oriental de Montilla, el tercero en falsa concordia, no dejan de ser uno más de los elementos atípicos de la muy atípica política catalana. A Zapatero se le pueden negar muchas cosas, pero desde luego no el valor: porque hay que tenerlo para presentarse, un acto en cada capital de provincia catalana cada uno de los fines de semana, a defender con un entusiamo muy digno de mejor causa un Estatut que es la única solución. Y, encima, con carantoñas a Maragall, de quien ZP ha expresado muy diferentes valoraciones en privado a lo largo de los últimos tres años; las últimas de estas valoraciones no eran precisamente buenas. Y a cuyas espaldas pactó con Mas el futuro de lo que va a ocurrir en Cataluña, es decir, unas elecciones anticipadas en las que Maragall no estará como candidato y que presumiblemente ganará Mas para, en coalición con los socialistas, hacerse con la presidencia de la Generalitat.
Si hubiese que apostar, yo apostaría fuerte en el sentido de que hasta las últimas cartas están repartidas: a Montilla le tendrán, quiéralo o no, que colocar a la cabeza de la candidatura socialista y luego Mas lo tendrá que hacer conseller en cap, mientras que a su coaligado de toda la vida, el democristiano Duran i Lleida, que ya no puede más en su papel en el Congreso en Madrid y cuyas relaciones con Mas son como mínimo mejorables, lo harán, al fin, ministro de algo importante, quizá Exteriores. Quién sabe. Ya se lo ofreció Aznar en su día, y entonces Jordi Pujol no lo permitió. Pero ahora, Mas quiere alejarlo a toda costa.
Todo esto está hablado, aunque debo decir que no sé si definitivamente cerrado. Y pasa por la previa aprobación del Estatut, para que las cosas recobren una apariencia de orden y todos se queden tranquilos ocupando, al fin, su papel: Maragall, el del hombre que trajo a Cataluña un nuevo texto, con mayor dosis de autonomía, y que ya por ello debe ser colocado en la Historia, donde no moleste demasiado; Zapatero, como el del hombre que 'constitucionalizó' ese texto, que llegaba rebelde desde el Parlament catalán, y agarró por los cuernos el problema de un nacionalismo que a Aznar se le iba de las manos; Mas, quien estaba ahí para facilitar la gobernabilidad razonable y moderada de una Cataluña que, con el tripartito, hacía agua, Esquerra, al fin en su papel, del que nunca debió salir, de oposición radical. Y el Partido Popular, a quien no le queda otro destino, le guste o no a Josep Piqué, que el oponerse a un Estatut que, para muchos españoles de fuera de Cataluña, amenaza con romper España, aunque la venta de esta idea sea cada vez más difícil.