Ahora le toca a usted
Actualizado:No sabe usted cómo lo siento. Créame. Cuánto siento que se le haya terminado el descanso, y eso que decimos que el invierno es largo y pesado. No sabe usted cuánto siento que tenga que pasar los meses de más calor con las ventanas cerradas y el contador de la luz casi loco por los watios del aire acondicionado. No sabe usted cuánto siento que cada amanecer se convierta en un desafinado concierto de plásticos volando y camiones de limpieza desbaratando los pocos sueños que le quedan después de una noche de botellas. No sabe usted cómo siento que volver a su casa cada noche se convierta en una gymkhana de obstáculos, de vasos, de despedida de solteros, de fines de curso, de despedida de vacaciones, de vuelta al trabajo, de parejas que a la fogosidad del verano suman las de sus pocos años y transformen cada casapuerta en un plató de cine porno, malo y barato.
No sabe usted cómo siento que cada tarde decida vender su casa, a sabiendas de que nadie en su sano juicio se la iba a comprar, de que cada tarde tiemble cuando les ve regresar de la playa y piense que son pocas las horas que quedan para que tomen su calle y la plaza y comience la fiesta y otra noche en planta y que le den las dos y las tres y las cuatro y todo el disco de Sabina si hace falta soportando un botellódromo sin control soportando a unos niñatos -ya saben, de veinte, de treinta, de cuarenta- que no tienen más obligaciones que recomponer el gesto en el ascensor de su casa y decir ¿Buenos días, mamá! cuando se haya acabado el hielo de todas las gasolineras y dormir la borrachera, mientras usted lleva dos horas en la oficina intentando no dormirse y acordándose más de lo adecuado de la mamá del borracho de la cama.
No sabe usted cuánto siento que las autoridades no pongan de una vez freno al sinsentido de ocupar una calle -vaso en mano- y perturbar el descanso de sus vecinos con cantos populares -ese Cádiz y esas cosas- con gritos tribales, con peleas -el alcohol malo, es lo que tiene- con conversaciones de alto nivel -tan alto que llega al octavo piso con una nitidez asombrosa-. En fin no sabe usted cuánto lo siento. Así estamos los del casco antiguo desde octubre, no se crea, aunque sin ventanas de climalit y en un primer piso todavía se hace más duro. Han sido ocho meses de tortura, en un invierno largo y pesado, donde se han celebrado bodas, divorcios, parciales, navidades, Carnaval, Semana Santa, donde la Policía no hace más que lo que puede, donde el penetrante olor de la orina es el aroma de mi hogar.
El pasado fin de semana hemos dormido como los ángeles. Quizá bajemos a Muñoz Arenillas a tomar algo para celebrarlo.