Momentos cruciales
Actualizado: GuardarEl presidente Rodríguez Zapatero anunció ayer ante los socialistas vascos que en junio comunicará a las fuerzas parlamentarias el inicio del diálogo con ETA, adentrándose así en la etapa crucial del tiempo que se abrió el pasado 22 de marzo con la declaración de «un alto el fuego permanente» por parte de la banda terrorista. El Ejecutivo cuenta, según sus responsables, con fundadas razones para concluir que el cese de la actividad violenta por parte de ETA responde a una decisión de calado. Pero si esta primera verificación respecto a la solidez del alto el fuego ha dado un resultado positivo, surge la siguiente incógnita: qué intenciones alberga ETA de cara al diálogo con el Gobierno. Porque, en definitiva, serán las pretensiones que ETA lleve o no lleve al diálogo con el Gobierno las que demuestren si nos encontramos en el camino sin retorno hacia el final de la violencia.
El diálogo formal con ETA entraña un riesgo del que el Gobierno deberá ser consciente. En el pasado cada encuentro reconocido con una representación gubernamental ha conducido a la banda terrorista a crecerse y sentirse validada para pretender imponer sus criterios. Hace tan sólo una semana dos portavoces advertían de que «la negociación entre ETA y los estados -español y francés- se centrará en garantizar que estos levantan las restricciones que hoy imponen a Euskal Herria». Si esa es la intención de ETA, y dado que su pretenciosidad puede cobrar fuerza con el inicio mismo del diálogo, el Gobierno, y con él las instituciones del Estado constitucional, podrían encontrarse con una situación muy comprometida. A pesar de ello, y llegados a este punto, es lógico que Rodríguez Zapatero se sienta obligado a culminar las comprobaciones sobre la voluntad real que anida en ETA mediante la apertura del anunciado diálogo. Como es lógico pensar que el Ejecutivo trata de que se prolongue el tiempo sin violencia para que se desactive el estrecho vínculo que ha venido manteniendo la izquierda abertzale con el terror.
El presidente, su Gobierno y su partido saben que la sociedad española respira más escepticismo que esperanza ante el alto el fuego etarra, aunque esos términos se invierten en el País Vasco. El hecho de que esta tregua de ETA parezca la más seria de cuantas haya llevado a efecto la banda terrorista no significa que la ciudadanía las tenga todas consigo. Desde este punto de vista no sólo es lícito, también resulta necesario que el Gobierno tenga que escuchar voces que propugnan una mayor cautela o recelan de la evolución de ETA y de la izquierda abertzale. Sin embargo resulta del todo negativo que la precaución e incluso la crítica a la manera en que el Ejecutivo se conduzca en tan delicado terreno derive en un juicio de intenciones que aliente la desconfianza ciudadana hacia los planes de un Gobierno legítimo, empleando para ello un lenguaje mitinero que vaticina lo peor a una sociedad que anhela lo mejor.
El alto el fuego de ETA pareció atemperar las discrepancias que mantenían el Ejecuitivo y el Partido Popular frente al terrorismo. Pero las palabras del presidente ayer en Barakaldo fueron respondidas con tal dureza por parte de los portavoces del PP que la división entre ambas formaciones podría reeditarse en un momento tan crucial como el del inicio del diálogo con ETA. El distanciamiento entre oposición y Gobierno debilita sobremanera a éste ante un eventual encuentro formal con la banda terrorista. Sería deplorable que en el seno del Partido Popular se acaricie la idea de llevar su oposición a Rodríguez Zapatero hasta el extremo de obligarle a desistir del inicio del anunciado diálogo. Es de desear que las discrepancias no vayan a más. Sobre todo porque el presidente ha reiterado que no habrá concesiones políticas a cambio de la paz. Y que bien a través de la relación directa entre Rodríguez Zapatero y Rajoy, bien en el seno del Pacto por las libertades y contra el terrorismo, o en el marco del debate parlamentario siempre, el Partido Popular acabe ejerciendo una oposición más constructiva y el Gobierno muestre una mayor consciencia de que precisa de los populares para conducir el alto el fuego de ETA hacia el final irreversible del terrorismo.