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La seducción se divide en dos piezas

El biquini cumple 60 años a pie de playa como símbolo de la sensualidad femenina no sólo a la hora de darse un chapuzón, sino también en la moda y el cine

TEXTO: ROSA BELMONTE / FOTOS: LA VOZ
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Para los amigos de los números la aparición de Evangelina Carrozo, la chica del biquini en la Cumbre de Viena, debe de significar algo. Su numerazo ante 60 mandatarios se produce justo cuando se conmemora el 60 aniversario de la creación de las dos piezas para el baño. Redondo cumpleaños con olor a playa el de una prenda que escandalizó a la propia Esther Williams («Un traje de baño es la menor cantidad de ropa que puedes llevar en público»), con uno de cuyos bañadores se podría hacer Ana Obregón media docena de faldas.

El biquini debe su nacimiento al ingeniero mecánico francés Louis Réard, que desde su taller de diseño de automóviles de París dio al mundo algo «más minúsculo que el más minúsculo traje de baño», según eslogan del lanzamiento. Unos días antes había tenido lugar en el atolón de Bikini el primer ensayo nuclear de Estados Unidos con la bomba Gilda. De ahí el nombre. Explosiva Gilda, explosivo biquini.

Tan diminuto parecía el día de su puesta de largo (o de corto) que ninguna modelo profesional quiso enfundárselo y Réard tuvo que recurrir a Micheline Bernardini, alegre bailarina del Casino de París, que posó con la novedad textil en la piscina Monitor. Según cuentan, fue ella la que sugirió a Réard el nombre cuando un reportero le preguntó cómo se llamaba el invento: «Señor Réard, su bañador va a ser más explosivo que la bomba de Bikini». Anécdota que puede ser tan real o tan inventada como la del bautizo del Oscar de Hollywood. Ya saben, lo de la bibliotecaria de la Academia que dijo que la estatuilla le recordaba a su tío Oscar.

Antecedentes remotos

Pese a su profesión, no se le llegó a ocurrir al ingeniero mecánico la idea de presentar la chica en biquini repantigada en un coche, cuando ambos entes (las chicas en biquini y los automóviles) serían en el futuro mejor combinación que la ginebra y el vermut seco (removidos, no agitados). Más allá de ese año de 1946, algunos historiadores de la moda (Vicent-Ricard y Françoise Olivier Saillard) datan el traje de baño en dos piezas 1.600 años antes de Cristo a causa de los mosaicos encontrados en una villa siciliana.

Pero probablemente el biquini más antiguo (al menos en la ficción) es el prehistórico de Raquel Welch en Hace un millón de años (1966), proyecto que había desestimando Úrsula Andress, cuyo biquini con cinturón en El agente 007 contra el Dr. No (1962) es probablemente el más recordado, homenajeado y parodiado de la historia del cine.

Por supuesto, Úrsula no fue la primera. Cuando despertó, Brigitte Bardot ya estaba allí, aunque con anterioridad a pasear el palmito por Saint Tropez, Cannes o por uno de los artefactos cinematográficos y seminales de Roger Vadim (Y Dios creó a la mujer, 1956) con el dos piezas, antes, lo había hecho en otra película: Manina, la fille sans voiles (1952).

Recuerda Terenci Moix en Mis inmortales del cine. Años 60 que en ese subproducto BB llevó el biquini con tal gracia que anunció grandes cosas para el futuro. Y que los ingleses lo intuyeron bautizando la película The girl in the bikini. Lo mejor es que los censores obligaron a retocar las fotos en las que aparecía la descocada a base de tinta china y el biquini se convirtió en bañador completo.

La prenda cumpleañera, una anciana adolescente, como diría Jane Birkin-otra de 60- de ella misma, podría haber nacido en 1946 pero no sería hasta los años 60 cuando se popularizaría (en los 50 había provocado algún escándalo en el concurso de Miss Mundo). La mayor apertura de la época fue una de las principales razones para ello.

También la ayuda que para su promoción prestaron las estrellas de la pantalla, sobre todo Brigitte Bardot, así como la difusión de los medios de comunicación. Tampoco hay que olvidar la aparición de la lycra. Porque los biquinis de ganchillo pueden gustar a algunas pero no es eso, no es eso. Las suecas también pusieron su granito de arena, al menos en España.

Ahora, en el deporte

Cuarenta años después, hasta hay deportes que se practican casi en biquini (el voley playa y el otro, ¿el atletismo?). Todavía en 1964, y en Francia, no todo el mundo aplaudía el adminículo. Genevieve Antoine Dariaux en su delirante libro Elegancia (delirante leído hoy) sostenía lo siguiente: «Una cosa es cierta por lo que a bañadores se refiere: si se reducen aún más que ahora, pronto parecerán las playas grandes colonias de nudistas?».

El autor proseguía: «Añadiré que la vista de una playa de moda en una calurosa tarde de agosto me recuerda a las pinturas del infierno tal como lo imaginaron El Bosco o Peter Breughel? A menos de tener una figura impecable, a menos que la edad no llegue a los veinte años y se tenga la piel tensa y un moreno dorado es preferible llevar un bañador entero, que favorece mucho más la figura y es más elegante que un dos piezas».

Sin pudor en la playa

Hay que darle toda la razón y eso que todavía no habían aparecido ni el monoquini (California, 1964), al que nadie llama así, ni el tanga (Brasil, 1974).

Que hayamos perdido el pudor no nos impide darnos cuenta de cómo están los cuerpos (los propios incluidos), que va una por la playa vistiendo con la mirada a la gente y echando de menos a la Guardia Civil de patrulla por la arena.

Como apuntándose al 60 aniversario del biquini, contaba el otro día Carmen Martínez Bordiú en El loco de la colina lo que le dijo su abuelo, el Generalísimo Fanco, cuando la pilló con uno puesto: «¿Es que compráis la ropa al peso?». No, si al final va a tener más gracia el Caudillo que Esther Williams, lo cual tampoco lo convierte a uno en Chiquito de la Calzada. En todo caso, del Ferrol.