Del primer al segundo puente: nostalgias y olvidos
Actualizado: GuardarHemos dado y daremos miles de vueltas al proyecto del segundo puente, mediremos hasta el centímetro los pilares y contaremos los minutos del calendario de ejecución. Pero nos falta por calibrar un intangible, un incontable, el peso de los sentimientos. Puede parecer una pamplina, pero el terreno invisible de las emociones resulta al final el más importante, entre otras cosas porque es el que más cuenta a la hora de votar.
Ayer me comentaba una amiga, una mujer informada, luchadora y crítica, su desencanto o, por lo menos, su frialdad, su falta de emoción, ante el próximo inicio del segundo puente, el que hoy nos presentará la ministra de Fomento. Ella dice que, a diferencia del primero, que fue algo vivido y disfrutado por los gaditanos, éste parece que nos es ajeno y lo razona en la ausencia del Ayuntamiento del protagonismo del proyecto. No creo que el problema sea de afinidad política, sino de la simbología que la institución municipal, y sobre todo el alcalde, tiene para los vecinos, si bien es evidente la empatía que ha conseguido Teófila Martínez en la ciudad.
Le argumento que, frente a quienes se dan, y se darán hoy, codazos por salir en la foto está el innegable protagonismo de la sociedad civil. Leí, en este mismo periódico por cierto, que en el caso de la tregua de ETA el mérito ha de apuntarse a los ciudadanos, que se han hecho visibles como un vector de opinión pública y han puesto sobre la mesa de manera palmaria que sus deseos de paz debían tenerse en cuenta. Salvando las distancias, ha sido esa fuerza de los hechos y de la gente de a pie la que ha clamado que es intolerable a estas alturas mantener un núcleo de población de más de medio millón de personas comunicado por un solo carril, y siempre atascado. Aunque no ha habido una airada manifestación, ni una pancarta. Ha sido el constante y sordo rumor de los improperios que lanzamos cada día los conductores y pasajeros que hemos de soportar, incluso cuatro veces al día, el embotellamiento; el sonido de las oportunidades perdidas, de los encuentros aplazados, de las fugas en sentido contrario a la flecha que señala «Cádiz».
Este estado de malestar ha durado demasiado y contamina el momento de hoy. Cómo no. Estamos quemados de tantos plazos incumplidos, tantos papeles, croquis, maquetas que jamás se materializan y nuestro enfado se dirige hacia unos y hacia otros, que acumulan quince años, que se dice pronto, quince, de fracasos. Para cuando al fin esté el puente listo serán ya diecinueve o veinte los años de espera.
De todos modos, el juego de la memoria es peligroso. Somos muchos aún los que no hemos olvidado el día que salimos de nuestros barrios y recorrimos el puente, el primer, y aún único, puente. Un día azul, con «ese sol de la infancia» del póstumo verso de Machado, de la mano de los padres, jóvenes y guapos, curiosos, maravillados ante los detalles de aquello que nos parecía una obra faraónica, majestuosa, moderna. Recuerdo al alcalde José León de Carranza subido a un pequeño escabel, supongo que dando un discurso, y que se parecía mucho a Franco. Así que nostalgia, la justa. Pero también es normal que reservemos el entusiasmo para cuando podamos cruzar de verdad. Ya entonces se nos habrá pasado el mosqueo de tanta espera, que aquí somos de buen conformar.