Renuncio de Rincón y Morante en Las Ventas
Descabalada corrida de Cuvillo, dos sobreros, toros de cuatro hierros, alguno de ellos más que manejable
Actualizado: GuardarLa renuncia de Rincón se hizo notar en el primer toro tan sólo sutilmente; la de Morante, también. Pero al llegar el segundo turno de uno y otro, turnos dobles porque los dos tuvieron que matar sobreros, la renuncia fue del todo manifiesta. La de Morante, que perdió los papeles con la espada y no pasó ni una vez, desató iras. La de Rincón, cazador de fortuna con la espada, pasó más de tapadillo pese a ser más de fondo.
Los dos primeros toros se comieron cuarenta y cuatro minutos, y uno más de silencio en memoria de un antiguo puntillero de las Ventas. No pasó apenas nada. Moroso hasta la exageración, Rincón estudió mucho al primero, uno de los dos toros de La Palmosilla que completaron la corrida de Cuvillo prevista. Hondo y serio, altísimo, fue toro frío y justo de poder pero descolgó. Rincón, que brindó por sorpresa al público, lo miró mucho, se lo pensó más y no se tomó la menor confianza. La pelea estaba vista incluso antes de salirse Rincón a la segunda raya. Un punto distraído el toro siempre. Y en parte, porque no estuvo metido en los engaños ni una vez. Antes de pasar página, una estocada de extraordinaria habilidad. Vareado, astifino y fuera de tipo por zancudo, el primer cuvillo de la corrida fue también primero de Morante. Se blandeó en varas, no se empleó, quiso sólo lo justo. Morante, que se cerró de lance en lance con el capote pero sin estirarse nunca, le armó al toro trasteo risueño, caricias como camelos, muletazos marcados pero no señalados. Tracitos, sombras chinescas. Líneas no malas. Algo de juego de manos tendría el tanteo, que fue muy largo, porque se dio por bueno. Morante anduvo rápido con la espada.
La salida decidida de Serafín Marín después de lo visto fue como una sacudida. Serafín se embraguetó en siete lances, cuatro a la verónica y tres medias que fueron recortes. El toro, de suave galope pero poca fuerza, era un tapón con afilada cuerna. Por eso se protestó ligeramente. Serafín salió a un quite con el capote a la espalda de escalofriante ajuste, que hizo al toro daño. Después del segundo puyazo, con el toro salvado por la campana, Rincón salió a quitar con dudosas intenciones. El único logro notable fue echar al suelo el toro. No el único. Ingenuo, Serafín decidió replicar y quitó en un exceso: dos lances y media, al cabo de la cual se pegó el toro una costalada. Salió ileso de una fea cogida doble al prender el primer par el banderillero César Pérez y el quite entonces fue para el toro nuevo castigo. La firmeza y el temple de Serafín no sirvieron más que para tener al toro en pie lo poco que duró.
Negocio torcido
Luego se torció más todo el negocio. El cuarto cuvillo, chico pero bien hecho, galopó. Rincón se empeñó en farragosa lidia, le pegó capotazos de más. El toro fue protestado pese a no caerse y, con dos puyazos encima y sin haber perdido el firme, fue devuelto. El sobrero de las Ramblas, acodado, bien hecho, salió mansito y bueno. De nuevo Rincón se embarcó en lidia abusiva: casi veinte capotazos si no más pero para nada. Luego siguió faena cargada por fuera de preparativos pero compuesta sólo de dudas, resuelta con tirones, pérdida de pasos. Ni dos muletazos seguidos ni limpios. No es que se escamoteara el toro, tan manejable, pero Rincón estaba al límite. Se fue ese toro, por tanto, y se fue también el quinto, de La Palmosilla, pero por inválido y al corral. El sobrero de Manolo González, de generosa azotea, no tuvo fuerzas y Morante hizo de él casi caso omiso. Lo pasó mal con la espada. Con el espectáculo hundido, y más de dos horas después de haber arrancado, Serafín Marín volvió a dejarse ver y querer, a templar y aprovechar cuanto se pudo las embestidas frágiles de un sexto de corrida que estaba bajo sospecha por flojo. A pulso, en los medios, firme de verdad, con soltura rotunda, Marín le hizo al toro muchos honores. Salió libre de una fea cogida por la mano izquierda y como si tal. Levantado el ambiente y hecho todo, una estocada caída de lento efecto. No hubo petición mayoritaria. Sí reconocimiento sobrado.