LA GLORIETA

La verdad

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La verdad es una virtud sobrevalorada. Lo dijo alguien y lo suscribo. En vista de que es algo tan escaso, deberíamos pensar en no despilfarrarla, como sucede con el petróleo o en general, con las energías no renovables.

Hay gente que va diciendo verdades a diestra y siniestra y con eso piensa que se va a ganar el cielo o la posteridad. También hay quien ignora que la pregunta retórica es aquélla que no espera respuesta. Es decir, si alguien te dice ¿Crees que estoy más gorda? o bien ¿Se me notan mucho las patas de gallo? aunque no lo parezca, no quiere que le contestes. A veces, incluso, sólo es un pensamiento en voz alta.

En ocasiones, las verdades salen de las bocas de tus semejantes a borbotones, sin necesidad de que medie una pregunta. Por ejemplo, cuando alguien te dice eso de Pero si no te estaba conociendo, ¿cuánto has cambiado! Una frase inofensiva si tu interlocutor te perdió de vista desde los 3 hasta los 30 años, pero muy incisiva, y con muy mala leche, si el periodo de alejamiento va desde los 30 a los 40. Significa, sin ambigüedades: Hija, estás viejísima, ¿tú no has oído hablar del botox?

Por eso a mí me cuesta mucho comprender qué mueve a una persona a proclamar, cuando se le pregunta por lo que más detesta en el mundo: «la mentira y la hipocresía»... lo cual viene a ser una reiteración. Lo digo porque en las entrevistas, tan frecuente como leer eso de que el autor favorito es Gabriel García Márquez -como si el tiempo y la literatura se hubieran detenido en Aracataca- es aquéllo de «no soporto que me mientan». Sobra esa declaración de intenciones, a menos que usted sea Santa Teresa de Jesús. Y ni aún así.