Las tres caras de Federico García Lorca
El montaje del CAT 'Federico, un drama social' llega el jueves al Villamarta
Actualizado:Del teatro utópico de Lorca, de la vertiente más comprometida de su obra, la menos populista y, por lo tanto, la más compleja, nace el último montaje del CAT, Federico, un drama social, plagado, a priori, de incentivos intelectuales.
Primero, la valentía y el riesgo que supone afrontar la cara menos «agradecida» del autor granadino, la más reflexiva, en un momento en que el teatro parece estar abocado a la superficialidad, el show light y demás espantajos de sobremesa. Segundo, la dirección maestra de Francisco Ortuño, perfectamente consciente de que «exigir que el espectador se posicione» siempre es una tarea ardua y dificultosa. Y tercero, que la dramaturgia corre a cargo del escritor y periodista andaluz José Moleón, Premio Nacional de Teatro en 2004.
En el reparto figuran María Alfonsa Rosso, Roberto Quintana, Maica Barroso, Victoria Mora y Mauro Rivera, junto con un amplio plantel de actores jóvenes. El papel protagonista queda en manos de Juan Ribó, que deberá darle forma al Lorca más contemporáneo, radical e inconformista que ha pisado las tablas en los últimos años.
Según explicó Ortuño, la obra se nutre de ese teatro utópico lorquiano, enunciado en textos modelos como Comedia sin título o El Público, aunque «sin renunciar a otras piezas de este genio, cuyas obras dramáticas, poemas o alocuciones han ido conformando un conflicto dramático radical y vigoroso». Es decir, se ha querido ir «más allá» de los tópicos mediáticos y generales que se suceden sobre la vida y obra de Lorca; se ha decidido de manera expresa «renunciar» a la biografía más anecdótica de Federico, y centrarse en su grito rebelde y sufrido, en su militancia abierta, en su compromiso personal y su vocación solidaria universal.
Para Moleón, con este montaje se salda una deuda «histórica» con Lorca, cuyo teatro imposible venía precisando de una versión que pusiera en relieve el carácter visionario de estos textos, que revitalizara su sentido sin perder un segundo el empeño por la fidelidad a los originales, y abriera así un nuevo paso a la memoria: un reconocimiento formal al intelectual que fue capaz de impulsar la rebelión cultural republicana (lo colectivo) y transitar de dolor el silencio de Bernarda Alba (lo particular). Moleón quiere «resucitar a Federico como personaje», pero, además, «poner un granito más para que el teatro sea, además de un arte, una fórmula para profundizar en los caminos reales de la historia».
El resultado, cabe advertirlo, no es una pieza al uso. Aunque Ribó define la escenografía como «un regalo para los sentidos», convendría subrayar que el lenguaje escénico que «cose» todas las caras de Lorca es innovador, referente de las vanguardias andaluzas, y se define en el marco de una Andalucía capaz de digerir figuras teatrales más densas, «que ha aprendido a superar los personajes y las historias planas». O, lo que es lo mismo, no es un drama «trivial» con el que pueda hacerse un cómic o un capítulo piloto para una serie de televisión.
En cualquier caso, Federico, un drama social, persigue un objetivo casi alquímico, que encajen en apenas dos horas todas las caras de García Lorca, las mismas que practicó en su vida, pero condensadas en un solo texto: la del poeta, la del suplicante de un teatro sin embaucamientos y la del personaje desgarrado.
A juicio de los espectadores quedará evaluar si el esfuerzo del CAT, Moleón y Ortuño, ha conseguido sus resultados o se trata de otra pasada gratuita a nuestros autores de referencia.