Ildefonso de Castro: la elocuencia del testimonio silencioso
Actualizado: GuardarPara no echar más sal en las magulladuras que, sin duda alguna, ha producido en la esencial modestia de Ildefonso Castro la acertada concesión del premio, en esta ocasión prefiero felicitar al Ateneo gaditano y a la Fundación Cruzcampo por el tino de que han hecho gala al designar a este hombre sencillo, Gaditano de Ley. Con esta elección se pone de manifiesto, no sólo la talla moral y la calidad humana del elegido, sino también la sensibilidad social, la independencia política y, sobre todo, el rigor y la imparcialidad intelectual de los miembros del jurado presidido por Ignacio Moreno.
Porque, efectivamente, en esta sociedad que premia el lujo, los oropeles de las mundanas comedias, los arcos triunfales, las banderas victoriosas, los himnos encendidos y los símbolos inventados para vestir el vacío existencial y para alimentar la vanidad, resulta sorprendente que se honre a un sacerdote bueno que siente y sigue la llamada para continuar en el mundo la misión de Jesús de Nazaret, evangelizador y liberador de los pobres.
Ildefonso Castro es un profundo creyente que, a contracorriente de las modas, enemigo del capricho, de la frivolidad y de la superficialidad, defiende con sus elocuentes silencios y con sus sobrios gestos, los grandes valores humanos y cristianos. Su pasión por Jesús, por el Evangelio y por la Iglesia le impulsa, de manera irreprimible, digna e íntegra, a enfrentarse con coraje al trabajo y a la vida, y a entregarse sin limitaciones a los demás. En todas sus acciones pone de manifiesto su profunda convicción de que su vida entera es una manera clara de transmitir, más que su pensamiento, los latidos de su corazón. Su profunda bondad y su afable sencillez al tratarnos a todos, su radical claridad en la manera de expresar sus ideas y su pasión por la verdad, por la justicia, por la solidaridad y por el amor como elementos esenciales de la vida humana generan en su entorno un ambiente de cariño a su persona y una atmósfera de respeto a sus mensajes.
Certero, clarividente, austero, sobrio e inteligente, traduce con su lenguaje silencioso y con su conducta discreta, no sólo los mensajes medulares del evangelio, sino también las claves de un progreso realmente humanizador. Hombre profundamente tierno, íntegro, audaz e innovador, está dotado de una especial «gracia» para crear a su alrededor esa misteriosa atmósfera de paz y ese caldo afectivo que facilita la comunicación y que favorece sus tareas de servidor más que de maestro, de hermano más que de padre, de amigo más que de compañero; y es que, como él afirma, la fe sigue siendo revolucionaria.